viernes, 30 de diciembre de 2011

Lecturas para una crisis: las lecturas de 2011

Y no se trata tan solo de una crisis económica que, por supuesto, es innegable, sino también una crisis literaria y de lectura.

2011 ha sido para mi el año más bajo en cuanto a cantidad de lecturas de carácter literario en quizá una década. He leído menos narrativa, no he leído poesía y sólo un par de ensayos. Confluencias de multitud de actividades diversas así como intereses en conflicto (incruento, eso sí) explican parcialmente esta crisis de lectura.

Aún así, un buen ramillete de libros leídos, algo más de una veintena, adornan este año de crisis. Vamos allá.

NARRATIVA
Aunque es el género literario que más he consumido, también la narrativa ha sufrido un notable descenso respecto a años precedentes, especialmente en el último tercio del año.

Los libros que he leído en este apartado, en orden cronológico, son los siguientes:
  • Uno, ninguno y cien mil (Luigi Pirandello)
  • Dublinesca (Enrique Vila-Matas)
  • Azul serenidad o la muerte de los seres queridos (Luis Mateo Díez)
  • De qué hablo cuando hablo de correr (Harumi Murakami)
  • Nieve en otoño (Irène Némirosvski)
  • Emaús (Alessandro Baricco)
  • El inmoralista (André Gide)
  • Un matrimonio de provincias (Marquesa Colombí)
  • La cripta de invierno (Anne Michaels)
  • Leche derramada (Chico Buarque)
  • Viaje de invierno (Amélie Nothomb)
  • La delicadeza (David Foenkinos)
  • El peso de la mariposa (Erri de Luca)
  • La acabadora (Michela Murgia)
  • Sonata para Miriam (Linda Olsson)
  • El viejo juez (Jane Gardam)
  • Viaje a la Alcarria (Camilo José Cela)
  • Zalacaín el aventurero (Pío Baroja)
  • La sombra del ciprés es alargada (Miguel Delibes)
  • Sukkwan Island (David Vann)
  • El violín de Auschwitz (Maria Ángels Anglada)
  • La conquista del aire (Belén Gopegui)
No ha sido un año de grandes descubrimientos, cambios de estilo o aficiones. Sigo cultivando sobre todo una novela centrada en el ser humano, su psicología y sus sentimientos más que en relatos de acción, y alternando los clásicos más clásicos, especialmente de la literatura española (Pío Baroja, Delibes o Camilo José Cela) con autores, modernos o antiguos, que voy descubriendo por referencias o por tropezármelos en las librerías (David Vann o Maria Ángels Anglada por poner dos ejemplos).

Este año me cuesta definir el pódium de los tres mejores libros para mi gusto que he leído.
Como mejor libro de 2011 creo que me voy a quedar con El violín de Auschwitz de María Ángels Anglada. Un libro corto, delicado, pero intenso en cuanto a sentimientos. Un libro que descubrí por una recomendación de alguien cuyo consejo literario vale la pena seguir y que leí con enorme placer de un tirón en una tarde veraniega.

Valioso, tanto por lo literario como por su mensaje de fe, superación y humanidad.

En segundo lugar sitúo Azul serenidad o la muerte de los seres queridos de uno de mis autores más apreciados, el leonés Luis Mateo Díez. Un libro también profundo e intenso emocionalmente, a caballo entre la narración, las memorias y la poesía. Una lúcida reflexión o, si se quiere, recreación, del dolor y anonadamiento que sigue a la muerte de familiares y otros seres cercanos y queridos.

Para finalizar, y aunque debo apuntar que el desenlace desluce un poco el resto de la obra, me quedaré con La cripta de invierno de Anne Michaels, una novela de compleja construcción en que, en escenarios exóticos y de claro sabor histórico, se desarrolla la relación deu na pareja romántica pero al tiempo intelectual, compleja y, de nuevo, de mucha profundidad. Podría quitarle el puesto El viejo juez, de Jane Gardam...pero dejémoslo así.

ENSAYO
Aunque en el apartado de ensayo siempre el número de libros es escaso, este año se reduce sólo a dos, aunque bien es cierto que existen muchas lecturas más relacionadas con el mundo de la empresa y que recojo en otro blog, que se solapan en algunos casos con este apartado de ensayo y que podrían engordarlo en buena medida. Me quedo, no obstante, sólo con estos dos para este blog dedicado a literatura, ciencia y humanidades:
  • Y el cerebro creó al hombre (Antonio Damasio)
  • Redes complejas (Ricard Solé)
No parece que con una muestra de sólo dos libros tenga sentido seleccionar el mejor. Así que sólo diré que ambos son muy buenos y profundamente recomendables aunque debe saberse que ambos son de carácter científico, no literario ni propiamente humanístico. El primero, del campo de la neurociencia, explora cómo pudo surgir la conciencia a partir de la fisiología del cerebro y las neuronas. El segundo, en el ámbito de la teoría de la compeljidad y las redes, introduce algunos resultados y aplicaciones de esta teoría de la complejidad en campos tan diferentes como las redes sociales, la epidemiología o la ecología. Si tuviera que decantarme por uno de los dos, lo haría por éste último, Redes complejas de Ricard Solé, por ser, quizá, más sorprendente y, sobre todo, por tener un carácter divulgativo que lo hace, al contrario que el Antonio Damasio, fácil de leer y entender.

En otro de mis blogs, Blue Chip, y por si te resulta de interés, podrás encontrar, amable lector, el listado y valoración de mis lecturas en los campos de la tecnología, la empresa y temáticas afines.

Y este es, en fin, el balance de mis lecturas de 2011. Lecturas para una crisis y crisis de lecturas, pero aún así interesantes, enriquecedoras y fructíferas.

¿Qué nos traerá consigo 2012?

domingo, 6 de noviembre de 2011

El lenguaje visto como sistema complejo (II): el valor de la sinonimia y la polisemia

¿Tiene sentido la existencia de palabras polisémicas? ¿Y la de los sinónimos? ¿Cuál es la utilidad de dos o más vocablos diferentes para expresar el mismo concepto o de que una misma palabra designe ideas diferentes?

Pudiéramos pensar que, a pesar de su posible utilidad estética desde un punto de vista literario (al fin y al cabo, proporciona variedad y evita repetir palabras ypermite jugar con ambiguedades), si lo enfocamos desde un punto de vista de eficiencia del lenguaje, de su precisión y capacidad comunicativa, la polisemia y la sinonimia parecen defectos, anomalías, un tributo al origen evolutivo e informal del lenguaje.

Sin embargo, tal vez no sea así. Tal vez la sinonimia y la polisemia no constituyan una ineficiencia del lenguaje sino todo lo contrario. Al menos a esa conclusión llega Ricard Solé en su excelente libro 'Redes Complejas' en que estudia los denominados sistemas complejos, incluyendo la ecología, la epidemiología, las redes sociales, Internet, el cerebro y el lenguaje.

Necesario es, para entender el razonamiento, dar un paso atrás y recordar un par de conceptos sobre sstemas complejos, redes y mundos pequeños.

Acudiendo a la Wikipedia, obtenemos la definición de un sistema complejo como un sistema compuesto por varias partes interconectadas o entrelazadas cuyos vínculos crean información adicional no visible antes por el observador. Como resultado de las interacciones entre elementos, surgen propiedades nuevas que no pueden explicarse a partir de las propiedades de los elementos aislados. Dichas propiedades se denominan propiedades emergentes.

Una de las herramientas de estudio de los sistemas complejos son las redes y los grafos, es decir, conjuntos de objetos llamados vértices o nodos unidos por enlaces llamados aristas o arcos, que permiten representar relaciones binarias entre elementos de un conjunto.

Un tercer y relevante concepto: los mundos pequeños. Los mundos pequeños son un tipo de sistemas, un tipo de grafo para el que la mayoría de los nodos no son vecinos entre sí, pero sin embargo la mayoría de los nodos pueden ser alcanzados desde cualquier nodo origen a través de un número relativamente corto de saltos entre ellos. Y acierta el lector, y de paso obtiene una visión mucho más intuitiva de lo que un mundo pequeño significa, si asocia el concepto de mundo pequeño con la habitual expresión popular ¡Caramba, qué pequeño es el mundo!. Porque, en efecto, las redes de mundo pequeño explican esa conectividad social que conduce a estar relacionados cercanamente y de formas inimaginables con personas que creíamos muy lejanas o desconocidas.


Si se representa gráficamente un mundo pequeño, vemos nodos unidos fuerte y más o menos ordenadamente  con los nodos adyacentes. Pero, además, y esto es esencial, observamos algunos, pocos, enlaces entre nodos lejanos. Esos enlaces entre nodos lejanos, a pesar de su escaso número comparativamente hablando, son los que explican que se pueda llegar de un nodo a otro cualquiera en un número de saltos muy limitado (en redes sociales se habla de los llamados seis grados de separación). Es decir, esos pocos enlaces son los que convierten un conjunto de nodos interconectados, realmente, en un mundo pequeño. ¿Quiere el lector una visión intuitiva de lo que esto significa? Si se piensa en redes sociales, ámbito en que surgieron este tipo de investigaciones, los nodos son las personas, los enlaces son las relaciones sociales entre personas, los nodos adyacentes son las personas del mismo lugar de residencia, capa social e intereses, y los enlaces entre nodos lejanos son esas relacionas poco convencionales con personas en otro país, o de otra raza, o de otra capa social, de otro entorno profesional...en fin, fuera de las relaciones habituales.

¿Y qué tiene todo esto que ver con el lenguaje, la sinonimia y la polisemia?

Ricard Solé nos cuenta diferentes estudios llevados a cabo por linguistas y científicos de sistemas complejos, muy especialmente Mariano Sigman y Guillermo Cecchi, en que se analizaban las relaciones entre palabras, es decir, pensaban en redes o grafos en que los nodos eran las palabras y los enlaces las relaciones semánticas entre ellas. Generaron una red con más de 60.000 palabras que introdujeron en un modelo de simulación por ordenador.

Cuando estudiaron las propiedades de la red generada descubrieron que se trataba...si, de un mundo pequeño, uno en el que en muy pocos saltos se podía llegar de una palabra a otra.

Posteriormente, hicieron el experimento de eliminar las palabras polisémicas y ¿qué ocurrió?. Pues que el mundo pequeño dejó de ser tan pequeño, que la distancia media, medida en número de saltos entre palabras, ahora era mucho más alta, que las palabras, de alguna forma, estaban mucho más desconectadas unas de otras.

Aunque, sin duda, una profunda comprensión del estudio, de sus supuestos y aplicabilidad de conclusiones, precisaría de muchas más explicaciones, parece conlegirse que las palabras polisémicas añaden una notable eficiencia al lenguaje al poner en contacto unas palabras con otras, actuando como esos enlaces entre nodos lejanos que convierten una red compleja en lo que se denomina un mundo pequeño. Así concluye Ricard Solé:

"Paradójicamente, pues, la ambiguedad introducida por la polisemia resulta ser una propiedad enormemente útil: en lugar de introducir ineficiencia, hace de hecho la asociación semántica mucho más fácil y fluida. Ésta puede ser la razón de la presencia universal de esta clase de palabras en todos los lenguajes del mundo".

¿Quién nos iba a decir que las redes sociales iban a acabar ayudándonos a explicar la utilidad de las palabras polisémicas?

Desde luego ¡qué pequeño es el mundo!

domingo, 30 de octubre de 2011

El lenguaje visto como sistema complejo (I): una explosión combinatoria

¿Ha tenido el lector alguna vez la tentación de preguntarse cuántas palabras son posibles en nuestro idioma o cuántas frases diferentes se pueden generar o, quizá, cuántas novelas o poemas se pueden construir?

La respuesta es sencilla: infinitas...siempre que no se ponga una limitación a la extensión de las palabras, frases o novelas. Sin embargo, esa respuesta no satisface nuestra curiosidad, ni nos proporciona una idea medianamente concreta de lo que estamos hablando.

Recientemente he finalizado la lectura de un libro apasionante, 'Redes complejas' de Ricard Solé, que estudia diversos sistemas complejos enfocándolos como redes. Entre esos sistemas complejos se encuentran Internet, la ecología o el genoma humano.... Y también el lenguaje.

Y es en el ámbito de ese estudio del lenguaje como sistema complejo en el que el autor nos proporciona algunos datos, algunas aproximaciones, que pueden calmar nuestra curiosidad.

Primero, hace una valoración del número de sílabas que se pueden constuir:

"imaginemos que combinamos esas letras en forma de sílabas. El conjunto de posibles pares o tríos de letras que podemos generar es ya considerable: si partimos de unas 25 letras tendremos 25 x 25 = 625 posibles pares y 25 x 25 x 25 = 15.625 posibles tríos."

El autor razona con lógica y sabe que algunas de esas combinaciones, pares o tríos, no son viables por problemas, por ejemplo, fonéticos, pero ya se ve que en algo tan sencillo como una sílaba las combinaciones teóricamente posibles son abundantes.

Luego, se detiene a estimar el número de palabras. Aunque sería posible intentar hacer una aproximación de tipo combinatorio, el autor prefiere para este caso un enfoque más práctico y heurístico, a saber, ver cuántas palabras contiene un diccionario de prestigio. Así, nos aporta el dato de que el Oxford English Dictionary define unas 300.000 palabras distintas y el autor entiende que en otras lenguas el resultado sería del mismo orden de magnitud.

Luego, se atreve ya con frases ... y aquí es donde la explosión combinatoria se nos va fuera de toda escala. Así lo razona:

"Podemos obtener una estimación aproximada si suponemos que las frases tienen una longitud media de, digamos, unas seis palabras.Teniendo en cuenta que en la mayoría de lenguajes, sus hablantes emplean unas cinco mil palabras básicas, si las palabras pudieran combinarse entre sí de todas las formas posibles, el número de frases posibles sería del orden de seis elevado a cinco mil, que nos daría unos

1.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000


de frases, más de las que desde luego nunca han sido o serán pronunciadas por todos los seres humanos que han vivido y muerto en nuestro planeta."

Y, para rematar la faena, un breve comentario sobre ya libros completos:

"Las combinaciones posibles han estallado y ni el universo entero es suficiente para almacenar nuestros datos. Y nada puede ya detenernos: ¿Cuántos libros podrían escribirse?"

Las formas de cálculo son estimativas, no responden a una teoría firme aunque sí a aproximaciones razonables y rigurosas, pero ya nos alumbran con claridad el hecho de la enorme complejidad y brillantez de este artefacto que es el lenguaje, de su incomparable potencia construida a partir de poco más de una veintena de componentes básicos como son las letras.

Aparte de entusiasmarnos con la potencia del lenguaje, o de sentirnos abrumados con su complejidad, hay un par de consecuencias adicionales que quizá podríamos extraer.

La primera es que no existe excusa para el plagio. Con tantos millones y millones de posibilidades diferentes incluso para simples frases, no hay justificación posible para copiar la obra de un tercero.

La segunda, es que tampoco existe excusa para la falta de creatividad e innovación. Existen trillones y trillones de novelas aún no escritas, de poemas aún por recitar, de relatos por contar, de formas e historias por explorar.

Los números cantan: la originalidad y la innovación en formas y contenidos son matemáticamente posibles.

domingo, 23 de octubre de 2011

La importancia de escribir bien

En los últimos años parece que ha perdido valor o consideración social el arte de la buena escritura, la escritura correcta gramaticalmente y de cierta riqueza semántica o, al menos, la escritura correcta y efectiva, aquella que expresa adecuadamente lo que se desea transmitir y consigue hacer llegar su mensaje respetando, por otro lado, las convenciones sintácticas y gramaticales.

Parece como si las nuevas tecnologías, los SMS, la mensajería instantánea, los correos electrónicos e incluso, cierto blogs poco cuidado en lo linguístico, fuercen a una comunicación breve y poco respetuosa con la ortografía y la gramática, al uso de abreviaturas, símbolos y jergas que deforman y empobrecen la riqueza del lenguaje.

Algo de ello debe haber, es cierto, y es mejor reconocer el riesgo o, peor aún, la realidad.

Sin embargo, también es cierto que en un mundo donde las conexiones sociales, la publicidad, las relaciones públicas, los intercambios, las percepciones, tienen un enorme protagonismo primando en ocasiones sobre valores más individuales o endogámicos como el trabajo, el esfuerzo o la calidad intrínseca, toda herramienta que contribuya a la comunicación y al enriquecimiento y efectividad de dichas relaciones e intercambios, que aporte algo a la interacción y la comunicación, cobra nuevo protagonismo.

Y eso puede ser una tabla de salvación para algo tan tradicional como la buena escritura que, en el fondo es, fundamentalmente, una herramienta de comunicación, interacción e intercambio.

Y como prueba o al menos síntoma de ello, nos encontramos con la afirmación de Dan Schawbel, un personaje ligado al mundo de la marca personal pero también de Internet, los blogs y los medios sociales, y que en su obra más famosa, 'Yo 2.0', afirma lo siguiente:

"Una de las formas de comunicación más importantes es la escritura. Su redacción de correos electrónicos, blogs, arículos, informes o páginas web. Si su estilo no es claro y comete errores gramaticales y de sintaxis, corre el riesgo de perder crediblidad y respeto y también la oportunidad de transmitir información importante y difundir el mensaje de su marca. Saber escribir bien es vital para una carrera próspera; si no sabe hacerlo de forma inteligible, perderá oportunidades de éxito."

No habla por supuesto Schawbel de escritura en el sentido literario ni artístico del término, no defiende la sofisticación, la riqueza o la innovación expresiva, pero sí reclama y aconseja, al menos, la corrección gramatical y la inteligibilidad como condiciones necesarias para el prestigi y consideración profesionales.

Aunque los amantes de la literatura esperamos y deseamos algo más que la mera corrección gramatical, bueno y esperanzador es, al menos, que se conceda la debida importancia a escribir bien.

domingo, 9 de octubre de 2011

Bases neurocientíficas del poder terapéutico del arte

Hace ya algo más de dos años publiqué en este blog algunos artículos que tenían como elemento común el papel terapéutico de la literatura.

El primero de ellos, 'El bisturí', nacía de una frase de Juan José Millás mientras que otro, titulado explícitamente 'Más terapia literaria', se recreaba en un poema de Carlos Marzal. Y no fueron los únicos artículos que atacaban ese tema. Otros, como los titulados 'Renuncia' o  'Lo sombrío' rozaban la misma problemática.

En todos ellos, el factor común, el hilo conductor, era esa capacidad de sanación, de abrir y cerrar heridas, de cauterizarlas, que posee la literatura.

Ese papel terapéutico de la literatura, que perciben escritor y lector, pudiera tener una base científica y, en concreto, neurológica.

En la fase final del libro 'Y el cerebro creó al hombre', Antonio Damasio explora la forma en que pudo nacer la conciencia en el ser humano y, en su parte final, el autor llega al momento del nacimiento de las artes y su motivación.

Al igual que con otros elementos de la conciencia, Damasio percibe una función homeostática, es decir, de regulación y conservación de la propia vida. Dado que para el científico portugués la conciencia está íntimamente ligada al cuerpo que habita y que le da soporte físico, dado que las emociones tienen su origen y correlato en lo físico, y dado que la recreación de emociones se transmite a esa sensación física, una actividad como son las artes, productoras de placer, podrían tener un efecto beneficioso para la propia vida y, en palabras del propio Damasio "ayudaron a la comunicación y a compensar los desequilibrios emocionales que el miedo, la ira, el deseo y el pesar podían causar".

Damasio resume así ese carácter terapéutico:

"No es que las artes fuesen una compensación completa o adecuada para el sufrimiento humano, para la felicidad inalcanzada, para la inocencia perdida; pero aún así fueron y son una cierta compensación, un contrapeso para las calamidades humanas. Las artes son uno de los extraordinarios dones que la conciencia ha concedido a los seres humanos."

Quizá, el identificar una posible báse científica y neurológica al poder terapéutico de las artes y la literatura pueda parecer que le reste al fenómeno algo de encanto y misterio... aunque cierto es que nada de su poder.

Pero quizá, en cierto sentido, incluso puede resultar tranquilizador. Al fin y al cabo, si Damasio está en lo cierto, esa capacidad terapéutica de las artes y la literatura no es una ilusión, una fantasía, sino una realidad, una afortunada y fascinante realidad.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Mundos imposibles: licencia para imaginar

Al principio de uno de los capítulos de su libro 'Y el cerebro creó al hombre', Antonio Damasio trae a colación el siguiente pensamiento de Mark Twain:

"Mark Twain pensaba que la principal diferencia entre la ficción y la realidad era que la ficción había de ser creíble. La realidad podía permitirse ser inverosimil; la ficción, en cambio, no."

Creo entender lo que Mark Twain quería decir. Si una novela (salvo que pertenezca a género fantástico o ciencia ficción) no resulta verosímil parece que pierde credibilidad, que disminuye su valor. Es imposible no renocerlo. Incluso en los géneros fantástico y de ciencia ficción, lo irreal se concentra normalmente en unos pocos aspectos concretos mientras que el resto sigue siendo perfectamente verosímil.

Por el contrario, ¿qué le podemos reclamar a la vida? Lo que sucede, sucede, por increíble que pueda parecer y, una vez que ha sucedido, pasa a ser verosímil, puesto que ha acaecido.

La vida parece jugar con ventaja.


Pero, tal vez, las cosas no estén tan claras. Me viene a la mente, por ejemplo, la excelente novela 'El maestro y Margarita' de Mijail Bulgákov, llena de elementos imaginarios, completamente inverosímiles y, sin embargo, magistral, o los excelentes ejemplos del realismo mágico, incluyendo a mi admirado paisano Alejandro Casona. Realismo, sí, pero con mucho de mágico.

Quizá, aún teniendo su fondo de verdad, la afirmación de Twain sea en exceso pesimista. Quizá, cuando se aporta el suficiente talento, los traídos y llevados mundos posibles de la ficción no es necesario que sean tan posibles.

En el fondo, la literatura suele suponer una alianza entre escritor y lector. Si eso es así, por mi parte y en mi papel de lector, concedo desde ya a los escritores licencia para imaginar.

domingo, 11 de septiembre de 2011

¿Induce la lectura a la pereza mental?

Leo, no sin una cierta dosis de sorpresa, la siguiente cita de Albert Einstein:

"Leer, después de cierta edad, distrae demasiado a la mente de su actividad creativa. Cualquiera que lea demasiado y utilice poco su propio cerebro cae en hábitos de pereza mental."

Para ser justos, o al menos precavidos, hay que señalar que desconozco completamente el contexto en que el eminente científico realizó dicha afirmación y es más que probable que no se refiriese a la lectura de ficción o literaria, sino a una literatura científica.

Sin embargo, y prescindiendo del auténtico contexto e intención de Einstein, podemos preguntarnos si la afirmación es cierta, si la lectura conduce a la pereza mental.

Es cierto que la lectura tiene un cierto componente de pasividad, que supone el recibir el material que el escritor desea brindarnos sin una verdadera actuación sobre el mismo. En ese sentido, en especial si la obra literaria carece de profundidad, de matices, de ideas, y si el lector busca únicamente entretenimiento en la actividad lectora, ésta se puede convertir en una tarea meramente reactiva, sin apenas esfuerzo por parte del lector y, de este modo, podría acercarse a esa situación de pereza mental que estaría denunciando Albert Einstein.

Sin embargo, y mi propia experiencia de lectura apunta en esa dirección, un libro cuidado, con profundidad psicológica o filosófica, y ya no digamos un ensayo con valor intelectual, con ideas innovadoras o interesantes, sí inducen al pensamiento, a la reflexión, a la deliberación con uno mismo y su lectura puede ser una de las actividades más enriquecedoras desde un punto de vista intelectual.

Es posible, y ni siquiera estoy seguro de ello, que ese tipo de lectura profunda no sea una actividad creativa propiamente dicha, dado que sigue actuando sobre un material recibido...pero en absoluto se encuadraría en el ámbito de la pereza mental sino todo lo contrario, se trataría de una gran actividad intelectual e incluso sentimental.

A veces, incluso, la propia reflexión sobre el material leído, ha hecho surgir en mi mente ideas y voliciones nuevas, ideas y voliciones que posteriormente han encontrado su propio campo de acción...aunque no sea en el mismo momento de la lectura sino en una ocasión posterior. ¿No podría considerarse eso una actividad creativa? ¿No estaríamos superando, en esos casos maravillosos, la reactividad para entrar de lleno en la proactividad, en la creación, en la acción?

Parece que, al menos en esos casos, la presunta pereza mental causada por la lectura sería una acusación manifiestamente injusta.

Me resulta difícil creer que Einstein no haya vivido esos momentos de reflexión y creación encendidos por la lectura, que no haya experimentando el placer y estímulo intelectual a través de un libro. Quiero creer que en realidad estaba denunciando las actitudes pasivas, las que se refugian en la lectura de terceros sin producir ninguna idea propia. Quiero creer que en realidad Einstein lo que deseaba era el pensamiento, la reflexión, la creación... y quería evitar cualquier coartada para no aplicarla, fuese ésta la lectura o cualquier otra excusa.

domingo, 4 de septiembre de 2011

El argumento como camino

Aprecio una aparente contradicción, o un diferente punto de vista en cuanto a estrategia de escritura, entre lo que es la planificación de las novelas, la definición detallada del referente, de los personajes y los hechos, frente a la opción del descubrimiento, la concepción de que los personajes, a partir de un cierto momento, cobran vida propia y dirigen su propia historia, una concepción donde el escritor ejerce, casi, de mero expectador y notario.

Lo primero parece más profesional, más trabajado, más técnico, más intelectual. La segunda opción añade elementos más vívidos, más vocacionales, más sentimentales, más humanos, si se quiere.

Supongo que ambos enfoques conviven con diferente peso según el escritor concreto, según su personalidad y entendimiento de la literatura.

Paul Theroux es un escritor estadounidense famoso por sus libros de viajes y novelas. Por vía indirecta descubro la siguiente cita de su autoría que ilumina la disquisición anterior. Nos dice:

"Es nefasto saber demasiado antes de partir: el aburrimiento invade con la misma rapidez al viajero que conoce la ruta que al novelista que está demasiado seguro de cuál será el argumento."

Está claro que Theroux apuesta, quizá por su filiación hacia los libros de viajes,  por la concepción del argumento como camino, por el descubrimiento de la historia según ésta avanza.

Es un enfoque, sin duda, más atractivo, más divertido como el propio Theroux viene a decir. Lo que no estoy seguro es de si se trata del más acertado... o si, siquiera, existe un enfoque acertado y otro que no lo es.

domingo, 21 de agosto de 2011

Pensar y escribir (III): una ratificación

"No hay mejor forma de aprender sobre cualquier cosa que escribir un libro sobre ello."

Martin Gardner

Una cita, en este caso a cargo de un filósofo de la ciencia, el estadounidense Martin Gardner, viene a ratificar lo que ya he recogido en dos artículos anteriores (I y II): la estrecha conexión entre la escritura y el pensamiento.

Una afirmación sencilla y contundente que anima a escribir como forma de profundizar en el conocimiento sobre cualquier asunto.

Sin ninguna duda si hablamos de ciencia o de filosofía. Pero ¿y si hablamos de la vida, de la naturaleza humana, de los sentimientos, de los conflictos?

Tal vez ese sea, precisamente, el campo natural de la literatura.

domingo, 14 de agosto de 2011

Sabor antiguo


Camilo José Cela caminante 
 Hace unos días finalicé la lectura de 'Viaje a la Alcarria' de Camilo José Cela, una obra que me trae vagos recuerdos de lectura infantil, de retazos de literatura que, a modo de ejercicio y cebo cultural, nos ofrecían los libros de lectura de la educación básica.

Familiar me resultaba, debido a la bebida en esa fuente educativa, y a pesar de no haber nunca completado la lectura de esta obra, la repetida pregunta 'al viajero' acerca de su eventual destino a Zaragoza. Se trata esta lectura de una deuda que con ese pasado mantenía, uno de aquellos libros cuya lectura repetidamente uno se promete pero que, sin un motivo concreto, también repetidamente se posterga.

Tampoco falto a mi cita veraniega de los últimos años con Pío Baroja y, en esta ocasión, me encuentro finalizando su 'Zalacaín el aventurero', una nueva muestra de la prosa ágil y rica en tipos literarios del autor vasco.

Y no finalizará aquí, Dios mediante, mi recorrido por algunos de esos clásicos españoles puesto que tengo en mi zurrón de lectura veraniega a Miguel Delibes con su 'La sombra del ciprés es alargada',

Me resulta especialmente atractiva la lectura de autores españoles de ese pasado en cierto modo cercano, en cierto modo remoto. Singularmente me atre el periodo de posguerra, los años cuarenta y cincuenta aunque sin despreciar el principio del siglo XX o final del XIX.

Encuentro en esos autores y lecturas algo así como un recuerdo ancestral de nuestro pasado cercano, una herencia que conecta, bien que algo 'in extremis', con borrosos recuerdos de la España de mi infancia, aún heredera de ese pasado del cual, poco a poco, empezaba a distanciarse pero que aún era plenamente reconocible.

La España que estos autores nos reflejan es un España pobre, rural, atrasada, ignorante y con una cierta amargura y tristeza soterradas aunque asumidas con frecuencia por los personajes con una serena resignación, a veces con humor e ironía, y en otras con una profunda sabiduría, no de aquella que se aprende en las escuelas, sino la que la vida esforzada y la tradición proporcionan.

Se trata, cierto es, de una época dura y gris, pero en esa grisura aparcen brillantes perlas literarias y unos personajes y ambientes produnda y trágicamente interesantes.

No sé si se trata de una receta para todos los paladares pero para mi particular apetito literario, ese sabor antiguo, constituye uno de los mayores manjares.

domingo, 17 de julio de 2011

Pensar y escribir (II): el papel de las servilletas

Hace tres meses publicaba en este blog una reflexión titulada 'Pensar y escribir' en que, inspirado por un texto de Murakami en su 'De qué hablo cuando hablo de correr' recogía mi propia necesidad de escribir para pensar, algo que el autor japonés también decía sentir.

Y concluía que, en mi opinión, esa conexión entre escritura y pensamiento estaba relacionada con la necesidad de volcar en un soporte externo, mediante la escritura, nuestras ideas para, de esa forma, liberar recursos cognitivos que dedicar a seguir generando ideas y elaborar las anteriores.

En una fuente no literaria, sino en un tratado de productividad personal, el famoso 'Organízate con eficacia' de David Allen, encuentro una similar explicación:

"Muy pocas personas son capaces de centrar la atención en un tema durante más de un par de minutos sin la ayuda de alguna estructura objetiva o alguna herramienta o incentivo. Piense en un proyecto que tenga en marcha en estos momentos y trate de centrarse sólo en él durante más de sesenta segundos. Es una tarea bastante dífícil a menos que tenga bolígrafo y papel y utilice estos 'artefactos cognitivos' para retener sus ideas. Si dispone de ellos podrá pensar en lo mismo durante horas. Esto explica por qué las mejores ideas pueden surgir mientras se está ante el ordenador, elaborando un documento sobre el proyecto, o trazando un mapa mental en una libreta o en una servilleta de papel en un restaurante..."

Parece, pues, algo así como una ley general, aplicable también al campo de la literatura y la ficción. Difícilmente podremos retener una historia en nuestra cabeza, o perfilar en detalle unos personajes, si no trasladamos a papel lo que bulle en nuestros cerebros.

Probablemente esa sea la explicación cognitiva a la frase de Picasso "que la inspiración te encuentre trabajando"... o, al menos, digo yo, con una servilleta de papel cerca...

domingo, 19 de junio de 2011

La escritura es como una caja de bombones

"La vida es como una caja de bombones. Nunca sabes lo que te va a tocar."

Así rezaba la famosísima frase de la película Forrest Gump. Y algo parecido sucede con la escritura, nunca sabes exactamente lo que va a salir.

Normalmente, antes de escribir un documento, de ficción o no, existe una idea en la mente. En algún caso esa idea se traduce incluso en palabras, en alguna frase que ronda la imaginación.

Sin embargo, no importa cuánto se haya reflexionado sobre un texto, la verdadera concreción se produce en el momento se sentarse ante un papel o ante un ordenador, en el momento de llevar a palabras concretas, a frases concretas, esa idea primigenia.

A veces el resultado es mucho mejor de lo imaginado y nos sorprendemos a nosotros mismos con un texto genial. En otras ocasiones, por el contrario, es apenas un pálido reflejo de lo que pensábamos era una gran reflexión o una magnífica historia.

Quizá una gran idea se pierda porque en el momento de plasmarla no acertamos a hacerlo de manera afortunada. O, quizá, una idea sencilla sea elevada a altas cotas gracias al uso inspirado de las palabras.

Siempre existe un puntito de magia y de improvisación, una ocasión para la sorpresa.

Quizá por eso sea un arte. Quizá por eso nos guste tanto.

domingo, 12 de junio de 2011

Nuevas tecnologías y nuevas narrativas

Desde siempre, uno de los valores que se ha atribuido a los grandes artistas en general, y los grandes escritores en particular, una de las características que podía convertir al artista en una figura a recordar y estudiar, era su capacidad de introducir innovaciones, nuevas técnicas, nuevas formas de expresar y narrar.

Los diferentes movimientos que en la historia del arte han existido, siempre criticaban algunos aspectos del movimiento dominante en ese momento y proponían nuevas formas de expresión.

Hoy día, con independencia de otros cambios de orden más cultural o social, nos vemos inmersos en la penetración de las nuevas tecnologías en todo el mundo de la comunicación tanto artística como no artística. Por su influencia en lo que rodea al campo de la literatura, destacaría Internet y los medios sociales, y los nuevos dispositivos: eBooks/eReaders y tablets.

Algunos de los cambios que esta nuevas tecnologías introducen afectan sólo a la superficie pero no a la esencia de lo que es una obra literaria. El que leamos un libro en un eReader en lugar de hacerlo en un ejemplar en papel no afecta realmente a la esencia de la obra literaria, aunque pueda afectar superficialmente a la experiencia del lector.

Sin embargo, lo que en este artículo se plantea es si las nuevas tecnologías también pueden afectar al arte en su profundidad, si, en concreto, puede conducir a nuevas formas de narrar o, incluso, si pueden generar nuevas ramas del arte.

Me inspira la frase leída recientemente en el libro de Nick Bilton titulado 'Vivo en el futuro... y esto es lo que veo'.

"El papel impreso es estático y, por ende, también lo es su narrativa"

Nick Bilton no es un literato. Es un periodista que se dedica al campo de las nuevas tecnologías y la innovación, especialmente en ese campo periodístico. Para él, la esencia de lo que el periodismo y otras formas de comunicación son es el 'contar historias' y, aunque de forma simplificada y desnatada, podríamos admitir que ese es el objeto también de la literatura.

Lo que la frase de Bilton nos sugiere, es que el soporte, el medio, afecta a la narración en si misma. Para Bilton, las historias contadas en papel, ya sean historias periodísticas o ficciones literarias, se ven obligadas, dado el medio que las soporta, a ser unas historias estáticas, inmutables.

Contrasta esa percepción estática del periodismo o libro tradicional con la visión conversacional que introducen la Web 2.0 y los medios sociales y, sobre todo, con un concepto emergente de libro en que se ofrece al lector información dinámica, contextual y multimedia, adaptada al usuario y la historia. Si el libro menciona un pais, se puede acceder a información sobre ese pais: sus datos demográficos, fotos de los lugares más interesantes, música típica o... en fin, la imaginación es el límite. Sobre el libro se puede acceder igualmente a las opiniones de otros lectores, o quizá podamos incluso elegir entre finales alternativos, según nuestra elección. O, más innovador aún, 'el libro' puede elegir el final según lo que sabe de nosotros, de forma similar a como páginas web del estilo de Amazon conocen nuestros gustos y nos hacen ofertas adaptadas a nuestro comportamiento anterior de navegación o compra. Quizá, yendo más lejos, se pueda construir la historia según lo que los colectivos interesados deseen, haciendo uso de los medios sociales. Todo ello es tecnológicamente posible y algunas de estas opciones se están ejerciendo ya hoy día.

Las nuevas tecnologías permiten todo esto sin más que trasladar los conceptos ya utilizados en Internet e, incluso, me atrevería a decir que en los videojuegos, al concepto de libro. Y todo ello habilitado por estos nuevos dispositivos, tablets y eReaders, por toda la conectividad que Internet y la banda ancha nos ofrecen, por todas las técnicas analíticas y de data mining surgidas al amparo, por ejemplo, del CRM,  y por la nueva cultura de la comunicación, colaboración y compartición entre iguales, por el traslado al mundo del arte y la narración del concepto de 'prosumer'.

La búsqueda de nuevas narrativas es muy anterior a la llegada de las nuevas tecnologías. Hace ya mucho tiempo que los escritores han buscado, por ejemplo, nuevas perspectivas temporales huyendo de la secuencialidad temporal. Hace ya mucho que se escriben novelas que  entremezclan pasado presente y futuro o se realizan flashback, quizá incentivados por la influencia cinematográfica.

Hace ya tiempo que los autores introducen otros elementos innovadores y sorprendentes. Sin ir más lejos, acabo de leer la novela 'La delicadeza' donde el autor, David Foenkinos, entre capítulo y capítulo realmente narrativo, introduce breves capítulos que constituyen puros datos más o menos relacionados con lo que acaba de contar en el capítulo anterior. Como un simple ejemplo casi al azar, en un capítulo se menciona de forma absolutamente colateral la disputa por la secretaría general del partido socialista francés entre Martine Aubry y Ségolène Royal. Justo a continuación, el autor introduce un escueto capítulo que reza como sigue:

"Palabras pronunciadas por Ségolène Royal cuando su rival la supera por 42 votos:

'Eres insaciable, Martine, no quieres reconocer mi victoria'
"

Estos breves capítulos que aportan datos o curiosidades son una constante a lo largo de la novela y, diría, pudieran estar inspirados o, al menos, realizar similares funciones a las que corresponderían a un enlace de hipertexto o a una información contextual.

En cuanto a las historias que pueden ser construidas por el lector, cabe mencionar la clásica 'Rayuela' de Julio Cortázar donde, según su autor nos indica, podemos empezar a leer por donde queramos y, siguiendo la guía de capítulos que se ofrece a modo de anexo o guía de lectura, construir historias alternativas.

Probablemente, pues, podríamos concluir que los narradores desde siempre han buscado alternativas y nuevas formas de expresión. La tecnología, que tradicionalmente fue el papel impreso, actúa como habilitador. Y no parece que sea diferente con las nuevas tecnologías.

Lo que sí creo que ocurre es que las tecnologías de la información y las comunicaciones, y las capacidades de los nuevos dispositivos son tan enormes, tan espectaculares, que sí pueden convertir en posibles nuevas formas de expresión y narración, impensables hasta hace poco e, incluso, cabe apostar que, con casi total seguridad, apenas avistamos ahora mismo lo que puede deparar el futuro, que es muy posible que la auténtica revolución de la comunicación artística, como todas las grandes revoluciones, ni siquiera seamos capaces de imaginarla en estos momentos.

domingo, 5 de junio de 2011

El mutismo de Romeo y Julieta o el valor de la propia vida como referente

Hace muchos años, creo que en un manual escolar sobre literatura o en una clase sobre el tema, leí o escuché que la literatura, en especial las novelas, presentaban vidas o hechos posibles, pero con mucho más vigor (creo que era vigor la palabra que utilizaban) que la vida real. Y de alguna forma se entendía que ese mayor "vigor", supongo que la mayor acumulación de hechos y hechos, sobre todo, mucho más interesantes y emocionantes, era lo que confería interes al relato.

Hace también algún tiempo, leyendo algo de teoría literaria, entré en contacto con el concepto de "referente". Si lo entendí bien, el referente funciona como sigue: el escritor se imagina una historia, una vida, unos hechos. Esa historia imaginaria, ese mundo posible, pero sin más adornos, es el referente. A partir de ese referente, el escritor establece cómo nos cuenta la historia, cómo utiliza los materiales que ese referente ofrece. No se trata sólo, por supuesto, de qué palabras utiliza, sino del orden en que se cuenta, ya sea de forma lineal, o intercalando diferentes momentos temporales o, más importante, lo que cuenta, el material que se explicita en la historia, lo que sólo se insinúa y lo se oculta o vela. Es decir, a partir de un material ficcional o no, pero de alguna forma neutro, el referente, el escritor construye su narración. Y gran parte del interés y el mérito literario se encontrará, no tanto en la historia en si, en el referente, sino en la forma en que el escritor utiliza ese material primigenio para construir su obra y transmitir su mensaje.

Si caemos en la tentacióin, casi diría en el error, de comparar nuestras vidas reales con las vidas imaginarias de la literatura, con esos mundos posibles, con esas historias plenas de 'vigor', podemos erróneamente infravalorar nuestra propia existencia, nuestra propia vida. Puede parecer carente de interés.Pero es un error.

No comprendemos que, actuando así, olvidamos que nuestra propia vida es sólo un referente, un material neutro. ¿Podemos imaginar todos los momentos de los grandes personajes que sus autores han omitido en aras del 'vigor'? ¿Podemos imaginar todas las pequeñas tareas y acciones del día a día que, necesariamente, cualquier personaje, por muy princesa, héroe o villano que sea, debe forzosamente ejecutar? ¿Podemos imaginarlos comiendo un bocadillo, o roncando, o tropezando en un escalón? ¿Somos capaces de imaginarlos despeinados y con legañas nada más salir de la cama?

Markus, uno de los personajes de la novela 'La delicadeza' de David Foenkinos, reflexiona en esa línea cuando, a la mañana siguiente de una satisfactoria cita romántica, es incapaz de cruzar una palabra en un pasillo con su amada Nathalie. Y hace la reflexión pensando en los amantes por excelencia, Romeo y Julieta:

"La vida son sobre todo momentos de borrrador, tachones y espacios en blanco. Shakespeare sólo invoca los momentos fuertes de sus personajes. Pero, por supuesto que Romeo y Julieta, en un pasillo, al día siguiente de una bonita velada, no tienen nada que decirse."

Quizá, lo más importante no sea tanto la reflexión propiamente literaria acerca de cómo el escritor escoge el material del referente para construir su obra. Quizá, más interesante sea la reflexión para nuestra propia vida y nuestra propia autoestima.

No despreciemos nuestra propia vida porque existan, como dice Markus, momentos de borrador, tachones y espacios en blanco. Es lo normal. Pero es que nuestra vida es sólo el referente. Nuestra historia puede tener todo el 'vigor' de las grandes novelas. Sólo hace falta que elijamos convenientemente el material de nuestro propio referente, de nuestra vida, con el queramos quedarnos, con el que queramos narrarnos.

Nuestra vida es valiosa. Hagamos de ella una obra de arte. Contemos a los demás, contémonos a nosotros mismos, una buena historia.

domingo, 29 de mayo de 2011

Literatura a sorbitos

No tiene nada que ver con la literatura en si, ni con una preferencia por mi parte, sino, creo, con las meras circunstancias, pero el hecho es que últimamente no suelo realizar largas sesiones de lectura.

Nunca he sido de aquellos que se pegan enormes atracones, de aquellos lectores compulsivos o absorbidos por una historia que se meten entre pecho y espalda una novela larga en un día o dos acumulando horas de lectura en un espacio temporal muy reducido.

Prefiero la lectura más reposada,  más tranquila, a un ritmo más constante. Mis temáticas de lectura favorita, aquellas que tienen que ver más con la introspección, con la reflexión, con el sentimiento o con la psicología, tampoco parecen las más aptas para una lectura vertiginosa, sin descanso, sin respiro.

Pero últimamente observo mi tiempo de lectura muy fragmentado, compuesto por sesiones que pocas veces superan la media hora. Tiempos robados a obligaciones u otros intereses, aprovechando intermedios, pausas, entreactos...

Puede ser algo accidental, transitorio, que cambie en las próximas semanas o meses, según evolucionen mis circunstancias y disponibilidades.

Sin embargo, me pregunto si no late en todo ello un cambio estructural de comportamiento lector. Y no sólo en lo que a mi se refiere sino que, incluso, pueda ser un comportamiento en progresiva extensión entre toda la población lectora.

No hace tanto comentábamos, en las entradas tituladas '¿Internet contra la lectura?' y 'La lectura profunda o cuando el lector se hace libro' cómo, según algunos autores, nuestra actividad intelectual moldea nuestro cerebro (fenómeno conocido como neuroplasticidad)  y cómo, por otra parte, y según por ejemplo Nicholas Carr, el mundo moderno, y muy especialmente Internet, con sus interrupciones constantes en forma de correos electrónicos, mensajes en twitter, llamadas telefónica fijas y móviles, mensajes instantáneos, etc atentan contra la concentración y la abstracción, unas capacidades propias de la lectura profunda y concentrada que se produce, por ejemplo, cuando uno se sumerge en una novela.

El gusto moderno por la novela corta, por los cuentos y por los microrrelatos, pudieran ser un señal de la mera falta de tiempo pero, también, de unas distintas actitudes y aptitudes cognitivas.

Espero que no sea así, espero que cuando simplemente disponga de más tiempo mi cerebro se siga comportando como antes y disfrute de largas horas de intensa lectura. Echo algo en falta, debo reconocer, esos tiempos prolongados de lectura profunda, en que la mente se aisla de su contorno, el tiempo parece detenerse y la conciencia se sumerge profundamente en la historia que se está leyendo.

Aún así, y por no ser excesivamente psesimista, por presentar también el lado positivo, entiendo esas sesiones breves de lectura como una forma de exprimir el tiempo, de extraer minutos de lectura de donde apenas los hay, de hacer que la lectura sobreviva incluso entre turbulencias. Un mecanismo de apego y resistencia. Y debo decir que, en ocasiones, ese tipo de lectura es también muy agradable y valiosa.

Tomarse un gran trago de lectura es muy sabroso y no quiero renunciar a ello, pero tampoco está del todo mal tomarse la literatura a sorbitos.

domingo, 8 de mayo de 2011

Cuantificando excedentes de capacidad cognitiva. La oportunidad latente

En su libro, 'Cognitive surplus', Clay Shirky introduce el concepto que da título a la obra, el 'cognitive surplus' y que traduciré como 'excedente cognitivo'. Afirma Shirky que a medida que ha ido aumentando nuestro nivel de vida, a medida que hemos ido disponiendo de tiempo libre, ese tiempo libre, que en los países desarrollados se emplea mayoritariamente para, simplemente, ver la televisión, constituye un excedente de capacidad cognitiva, de capacidad de pensamiento que, adecuadamente reconducido, puede dar unos resultados extraordinarios.

Se trata de una idea sugestiva e interesante y algunos de cuyos detalles desarrollaré, probablemente, en otro de mis blogs, 'Blue chip', más centrado en los aspectos tecnológicos, económicas y sociales del nuevo mundo digital.

Sin embargo, y por lo que de pensamiento supone, sí quisiera dejar en este blog siquiera un rastro apuntando unas cifras que, más allá de la curiosidad, nos dan una idea de la capacidad cognitiva de nuestra sociedad...y del desperdicio que estamos cometiendo si no la aprovechamos adecuadamente.

Afirma Shirky, basándose en una estimación de Martin Wattenberg, un investigador de IBM autorizado en la materia, que el trabajo para construir la Wikipedia equivale a cien millones de horas de pensamiento humano. Desde luego, parece mucho, muchísimo. Sin embargo, el valor que aporta Wikipedia a la recolección y difusión del conocimiento, parece que bien justifica esa inversión de tiempo y esfuerzo. Y el mecanismo cooperativo, voluntario y social  por el que la Wikipedia ha sido creada, convierten a este medio en algo admirable, casi único.

Pero ¿es realmente tanto el esfuerzo dedicado a la Wikipedia?. Aunque es una enorme cantidad de pensamiento condensado, las cifras de Wikipedia palidecen si las comparamos con el tiempo que dedicamos a ver la televisión.

Concentrándonos sólo en EEUU, y en un único año, las horas dedicadas a ver la televisión son, nada más y nada menos, que cien billones de horas, lo que equivale a decir que, si la población norteamericana dedicase su tiempo a construir Wikipedias, en lugar de a ver la televisión, cada año podría crear ¡¡¡ dos mil wikipedias !!!

Solo en EEUU... ¡cien billones de horas de pensamiento sin utilizar! ¡la posibilidad de crear dos mil proyectos equivalentes a Wikipedia!

Se pude ver como un desperdicio o como una oportunidad, una enorme oportunidad.

Realmente, si la humanidad es capaz de utilizar ese pensamiento de manera productiva e innovadora todo ese excedente cognitivo, toda esa capacidad intelectual desperdiciada, ¿de qué no seremos capaces?

domingo, 1 de mayo de 2011

Libros en la memoria y el afecto

Existen libros especiales, libros que nos dejan una marca que va más allá de su calidad, de su historia o de sus méritos intrínsecos, libros que por algún motivo conectan con nuestros sentimientos y circunstancias, que nos marcan, que resultan memorables.

Encuentro, en esa línea de pensamiento y en el posfacio que Natalia Ginzburg dedica a 'Un matrimonio de provincias' que ya mencionábamos en el artículo 'El legado de un buen libro', esta apasionada y acertada declaración:

"Pienso que en la vida de cada uno de nosotros existe un libro que...de pequeños no nos limitamos simplemente a leer, sino que inspeccionamos y rebuscamos en cada uno de sus rincones como si de una habitación se tratara. Un libro así, rebuscado como una habitación, escrutado e interrogado como una cara en cada rasgo y arruga, nunca podremos juzgarlo como se juzga un libro, porque para nosotros ha abandonado la zona de los libros y ha pasado a vivir la zona de la memoria y de los afectos."

He podido sentir, en efecto, esa sensación que Natalia Ginzburg describe.

Puedo recordar al menos tres libros, leídos en la infancia o adolescencia, que adquirieron esa carácter de especiales, memorables, más allá del bien y del mal literario. Recuerdo libros como 'Seis chicos malos' de Enid Blyton, 'Edad prohibida' de Torcuato Luca de Tena o 'La dama del alba' de Alejandro Casona, libros en que ya me resulta difícil valorar su calidad literaria, en que simplemente no quiero hacerlo, porque me causaron, por el motivo que fuese, un impacto especial, porque han perdurado en mi memoria a lo largo de los años con más fuerza y presencia que otros libros, otros libros seguramente mejores, probablemente mucho mejores, que he leído años después, pero que no generaron la misma conexión, la misma emoción, la misma memoria.

No creo que existan factores comunes. Creo que se conjugan la oportunidad, el contexto y la disposición de ánimo particulares de cada persona, de cada lector, y todo ello crea esa magia especial que perdura en la memoria y en el afecto.

Un libro marcó a Natalia Ginzburg; tres libros he mencionado yo. ¿Qué libros ocupan un lugar especial en tu memoria y tu afecto?

domingo, 24 de abril de 2011

El legado de un buen libro

Hay muchas placeres diferentes que nos puede proporcionar un libro. Nos puede abrir a nuevas ideas, nos puede provocar sentimientos, nos puede entretener, nos puede hacer pensar...

Sin embargo, para que una lectura sea realmente fecunda, para que un libro pueda ser considerado como realmente 'bueno', sin ignorar la subjetividad a que dicho adjetivo está sujeto, creo que debe dejar algo detras de sí, una herencia, un legado.

Cuando leo libros que realmente me impactan, con frecuencia detengo momentáneamente la lectura durante unos instantes para repasar mentalmente, analizar, reflexionar. Y cuando finalizo la última página de uno de esos libros especiales, suelo dedicar otro rato a la destilación de lo leído, a la reflexión, a una especie de prolongación de la experiencia de la lectura que va más allá de las palabras del libro, que se aleja por vericuetos mentales o emocionales sugeridos por la lectura.

Cuando reflexiono a veces sobre lo que diferencia a los 'best-seller' de la auténtica literatura, de la buena literatura, siempre bajo mi perspectiva personal, pienso que mucho tiene que ver con este legado. Aunque es fácil denostar a eso que denomino 'best-seller', libros con historias plenas de acción, misterios, ambientes sugerentes, lo cierto es que suelen proporcionar unas ratos de lectura muy agradable, de un sano entretenimiento. Sin embargo, cuando termino los pocos libros que he leído clasificables dentro de esa categoría, el regusto que me que queda es de que 'no me han dejado nada', que no hay reflexión, ni pensamiento ni emoción que sobreviva a la última página. No hay legado.

Sorprendo, en el posfacio de Natalia Ginzburg que sigue a la obra 'Un matrimonio de provincias'  de Marquesa Colombí, un comentario en que la escritora italiana compara lo que supuso para ella la lectura de 'Un matrimonio de provincias', novela que le dejó una fuerte huella, frente a la lectura de otros libros. Y dice, a propósito de éstos últimos, lo siguiente:

"Eran libros que yo declaraba bellísimos aunque no quedara nada o casi nada de ellos después de haberlos cerrado, aunque en realidad sólo recordara el título y las dos últimas palabras."

Natalia Ginzburg, con otras palabras, nos está diciendo que esos libros 'bellísimos' no le dejaron ningún legado, ningún recuerdo permanente, mientras que 'Un matrimonio de provincias' le acompañó durante toda su vida, le hizo pensar, lo releyó una y otra vez.

El legado es la marca que diferencia la gran literatura de los libros corrientes o simplemente buenos. Es un distintivo y un regalo, el regalo que el escritor nos deja en agradecimiento y compensación por haber dedicado nuestro tiempo, nuestra atención y nuestro corazón a su obra.