Al principio de uno de los capítulos de su libro 'Y el cerebro creó al hombre', Antonio Damasio trae a colación el siguiente pensamiento de Mark Twain:
"Mark Twain pensaba que la principal diferencia entre la ficción y la realidad era que la ficción había de ser creíble. La realidad podía permitirse ser inverosimil; la ficción, en cambio, no."
Creo entender lo que Mark Twain quería decir. Si una novela (salvo que pertenezca a género fantástico o ciencia ficción) no resulta verosímil parece que pierde credibilidad, que disminuye su valor. Es imposible no renocerlo. Incluso en los géneros fantástico y de ciencia ficción, lo irreal se concentra normalmente en unos pocos aspectos concretos mientras que el resto sigue siendo perfectamente verosímil.
Por el contrario, ¿qué le podemos reclamar a la vida? Lo que sucede, sucede, por increíble que pueda parecer y, una vez que ha sucedido, pasa a ser verosímil, puesto que ha acaecido.
La vida parece jugar con ventaja.
Pero, tal vez, las cosas no estén tan claras. Me viene a la mente, por ejemplo, la excelente novela 'El maestro y Margarita' de Mijail Bulgákov, llena de elementos imaginarios, completamente inverosímiles y, sin embargo, magistral, o los excelentes ejemplos del realismo mágico, incluyendo a mi admirado paisano Alejandro Casona. Realismo, sí, pero con mucho de mágico.
Quizá, aún teniendo su fondo de verdad, la afirmación de Twain sea en exceso pesimista. Quizá, cuando se aporta el suficiente talento, los traídos y llevados mundos posibles de la ficción no es necesario que sean tan posibles.
En el fondo, la literatura suele suponer una alianza entre escritor y lector. Si eso es así, por mi parte y en mi papel de lector, concedo desde ya a los escritores licencia para imaginar.
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