Hace muchos años, creo que en un manual escolar sobre literatura o en una clase sobre el tema, leí o escuché que la literatura, en especial las novelas, presentaban vidas o hechos posibles, pero con mucho más vigor (creo que era vigor la palabra que utilizaban) que la vida real. Y de alguna forma se entendía que ese mayor "vigor", supongo que la mayor acumulación de hechos y hechos, sobre todo, mucho más interesantes y emocionantes, era lo que confería interes al relato.
Hace también algún tiempo, leyendo algo de teoría literaria, entré en contacto con el concepto de "referente". Si lo entendí bien, el referente funciona como sigue: el escritor se imagina una historia, una vida, unos hechos. Esa historia imaginaria, ese mundo posible, pero sin más adornos, es el referente. A partir de ese referente, el escritor establece cómo nos cuenta la historia, cómo utiliza los materiales que ese referente ofrece. No se trata sólo, por supuesto, de qué palabras utiliza, sino del orden en que se cuenta, ya sea de forma lineal, o intercalando diferentes momentos temporales o, más importante, lo que cuenta, el material que se explicita en la historia, lo que sólo se insinúa y lo se oculta o vela. Es decir, a partir de un material ficcional o no, pero de alguna forma neutro, el referente, el escritor construye su narración. Y gran parte del interés y el mérito literario se encontrará, no tanto en la historia en si, en el referente, sino en la forma en que el escritor utiliza ese material primigenio para construir su obra y transmitir su mensaje.
Si caemos en la tentacióin, casi diría en el error, de comparar nuestras vidas reales con las vidas imaginarias de la literatura, con esos mundos posibles, con esas historias plenas de 'vigor', podemos erróneamente infravalorar nuestra propia existencia, nuestra propia vida. Puede parecer carente de interés.Pero es un error.
No comprendemos que, actuando así, olvidamos que nuestra propia vida es sólo un referente, un material neutro. ¿Podemos imaginar todos los momentos de los grandes personajes que sus autores han omitido en aras del 'vigor'? ¿Podemos imaginar todas las pequeñas tareas y acciones del día a día que, necesariamente, cualquier personaje, por muy princesa, héroe o villano que sea, debe forzosamente ejecutar? ¿Podemos imaginarlos comiendo un bocadillo, o roncando, o tropezando en un escalón? ¿Somos capaces de imaginarlos despeinados y con legañas nada más salir de la cama?
Markus, uno de los personajes de la novela 'La delicadeza' de David Foenkinos, reflexiona en esa línea cuando, a la mañana siguiente de una satisfactoria cita romántica, es incapaz de cruzar una palabra en un pasillo con su amada Nathalie. Y hace la reflexión pensando en los amantes por excelencia, Romeo y Julieta:
"La vida son sobre todo momentos de borrrador, tachones y espacios en blanco. Shakespeare sólo invoca los momentos fuertes de sus personajes. Pero, por supuesto que Romeo y Julieta, en un pasillo, al día siguiente de una bonita velada, no tienen nada que decirse."
Quizá, lo más importante no sea tanto la reflexión propiamente literaria acerca de cómo el escritor escoge el material del referente para construir su obra. Quizá, más interesante sea la reflexión para nuestra propia vida y nuestra propia autoestima.
No despreciemos nuestra propia vida porque existan, como dice Markus, momentos de borrador, tachones y espacios en blanco. Es lo normal. Pero es que nuestra vida es sólo el referente. Nuestra historia puede tener todo el 'vigor' de las grandes novelas. Sólo hace falta que elijamos convenientemente el material de nuestro propio referente, de nuestra vida, con el queramos quedarnos, con el que queramos narrarnos.
Nuestra vida es valiosa. Hagamos de ella una obra de arte. Contemos a los demás, contémonos a nosotros mismos, una buena historia.
domingo, 5 de junio de 2011
El mutismo de Romeo y Julieta o el valor de la propia vida como referente
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