domingo, 27 de febrero de 2011

La lectura como obligación

Hace unos días, y de una forma que podemos considerar casual, al menos en lo que a literatura se refiere, llegó a mí la referencia de una persona, Harriet Klausner, crítica literaria de Amazon quien, según mi fuente, lee del orden de dos libros diarios y lleva comentados hasta la fecha más de catorce mil.

Aparte de la mera curiosidad e interés anecdóticos, este dato me hace pensar sobre las circunstancias de este tipo de lectura motivada por razones de índole profesional, esta lectura de obligado cumplimiento.

Me pregunto si una persona como la que se menciona puede realmente disfrutar de la lectura y si puede conservar un criterio o gusto propio. Me pregunto si, fuera de sus obligaciones laborales, todavía recurre a la literatura como mero placer.

Yendo un poco más lejos, esto me hace pensar, igualmente, sobre el controvertido asunto acerca de la conveniencia o no de obligar a los jóvenes estudiantes a leer. Si eso desarrolla el gusto por la lectura o lo mata irremisiblemente.

No sé, sinceramente, la respuesta. Pero en lo que a mi respecta, se me hace cuesta arriba el pensar en una lectura como obligación. Creo que unas circunstancias como las de la mencionada Harriet Klausner las viviría como una dolorosa pérdida de un placer exquisito, un placer que requiere tiempo, interés y una adecuada disposición de espíritu.

domingo, 20 de febrero de 2011

Metaliteratura con Vila-Matas (II): El lector con talento

A veces nos olvidamos de que la literatura es una calle de doble dirección.

A veces cedemos a esquemas pasivos en que el escritor aporta sus ideas, sus creaciones y su talento y el lector actúa meramente como un receptor.

En una de sus frecuentes reflexiones metaliterarias, Samuel Riba, el editor jubilado protagonista de 'Dublinesca', la última novela de Enrique Vila-Matas, sueña con un paradigma diferente. Sueña con un lector activo, inteligente y con talento.

Estas son las reflexiones de Riba:

"Sueña con un día en que la caída del hechizo del best-seller dé paso a la reaparición del lector con talento y se replanteen los términos del contrato moral entre autor y público. Sueña con un día en el que puedan respirar de nuevo los editores literarios, aquellos que se desviven por un lector activo, por un lector lo suficientemente abierto como para comprar un libro y permitir en su mente el dibujo de una conciencia radicalmente diferente de la suya propia. Cree que si se exige talento a un editor literario o a un escritor, debe exigírsele también al lector. Porque no hay que engañarse: el viaje de la lectura pasa muchas veces por terrenos difíciles que exigen capacidad de emoción inteligente, deseos de comprender al otro y acercarse a un lenguaje distinto al de nuestras tiranías cotidianas."

Riba hace esa llamada, aunque sea como anhelo y como sueño, a ese talento del lector. Un talento que tiene mucho que ver con la apertura, y una apertura que es a la vez intelectual, a nuevas ideas y concepciones, y empática, capaz de conectar con otros sentimientos y conciencias.

Esa dualidad intelectual-emocional en la conexión escritor-lector es la que lleva a Riba a acuñar el interesantísimo concepto de emoción inteligente.

Una relación escritor-lector de esta naturaleza no cabe duda de que resulta enormemente enriquecedora. Sin embargo, tal es la importancia que el viejo editor concede a esa relación bidireccional, tal su relevancia, que no sólo la interpreta como una aspiración o un deseo sino que llega a hablar, incluso, de un contrato moral entre lector y escritor, una suerte de obligación contraída por el lector para con el escritor y el editor, por el hecho de leer un libro.

Elevados requerimientos, sin duda, y difícilmente exigibles en la práctica, pero parece que el talento, el esfuerzo, el trabajo y el compromiso que supone la escritura y edición de un libro, bien se merecen algo de esfuerzo y talento también por parte del lector.

domingo, 13 de febrero de 2011

Metaliteratura con Vila-Matas (I): El encanto de lo soñado

Es 'Dublinesca' una novela en la que, como creo que sucede con frecuencia con la obra de Enrique Vila-Matas, se entremezclan con la trama abundantes consideraciones y reflexiones sobre la propia literatura y el quehacer y personalidad del escritor.

Aún con la lectura en curso, entresaco en este artículo, y alguno que vendrá, alguna de las ideas más llamativas. Y comienzo por una cita que, en realidad, no es del propio Enrique Vila-Matas sino de otro maestro de la reflexión: Marcel Proust.

En la novela, el protagonista, el antiguo editor Manuel Riba, recuerda un paseo por Nueva York, una ciudad largamente soñada y anhelada y cómo estando en ella "Miró una y otra vez hacia la calle, probando sin éxito a sentirse feliz rodeado de rascacielos".

Y es en ese punto cuando el protagonista recuerda al genial escritor francés y su reflexión:

"lo mismo que esas personas que salen de viaje para ver con sus propios ojos una ciudad deseada imaginándose que en una cosa real se puede saborear el encanto de lo soñado.".

La decepción de Samuel Riba la explica por vía indirecta Proust.

Los sueños son, por su propia naturaleza, inasibles e inalcanzables, no al menos en su plenitud. Conllevan una idealización, una elevación de miras, una perfección, que la realidad nunca nos puede ofrecer o, al menos, no más allá de realizaciones puntuales.

No devalúa esto, sin embargo, el atractivo de los sueños. Es esa idealización un motivo para el disfrute, para el impulso a la acción y para la búsqueda de lo soñado. Es esa belleza de los sueños lo que los convierte en deseables, placenteros y motores.

No nos extrañemos, pues, de que la realidad no se encuentre a la altura de los sueños y no nos decepcionemos por no poder alcanzar en su plenitud esos sueños que nos forjamos, o aquellos que nos brinda la literatura.

La inaccesibilidad es atributo constituyente de su naturaleza y función, y en ella reside parte de su encanto.

domingo, 6 de febrero de 2011

Seth Godin y el arte (III): los medios y los fines

Tendemos a identificar a un artista con el arte que desarrolla. Pensamos en Goya como pintor, en Shakespeare como autor de teatro, en Galdós como novelista, en Fidias como escultor, Beethoven como compositor o en Alfred Hitchkok como director de cine. Y es natural que así sea, puesto que es en esa faceta artística en la que les hemos conocido y donde han alcanzado la excelencia.

Sin embargo, ¿hasta qué punto está ligada la esencia artística a una disciplina concreta?

Cierto es que esa excelencia en la expresión artística precisa de un dominio técnico de disciplinas concretas: el tallado de la piedra, el uso de los colores, el dominio del pincel, el vocabulario y dominio de la escritura, etc. Pero casos como el del polifacético Leonardo da Vinci nos avisan de que es posible expresar el arte de muchas diferentes formas, incluso para una misma persona, que quizá el arte tiene una esencia, un fin, que para Seth Godin, y como vimos en un artículo anterior, tiene que ver con la transformación del receptor, pero que ese fin se puede alcanzar a través de diferentes medios, que serían las diferentes ramas, disciplinas y expresiones del arte.

Dice Godin:

"No creo que uno nazca para hacer un cierto tipo de arte, principalmente porque tus genes no tienen ni idea de qué tecnología habrá disponible"

y remacha:

"Las personas hacen arte en el medio en que lo encuentran y no al contrario"

Y no deja de ser cierto. Como el propio Godin nos sugiere, nuestros antepasados de las cavernas no podrían haberse expresado a través de la escritura pero lograron hacerlo a través de una pintura tosca que sí tenían a su alcance. Se pregunta el autor, en esa misma línea, si en el caso de vivir William Shakespeare en la actualidad no mantendría un blog. Es bastante probable que sí lo hiciese, creo yo.

Al final, el arte parece habitar en nuestro interior. El talento, la idea y el afán por transformar, anidan en nosotros, y la técnica que utilizamos es sólo el fin para comunicar y transformar a nuestros interlocutores.

Cada artista, cada uno de nosotros, deberá buscar qué técnica, qué medio, se adapta mejor a sus capacidades e intereses para el fin comunicar y transformar.