Hace unos días, y de una forma que podemos considerar casual, al menos en lo que a literatura se refiere, llegó a mí la referencia de una persona, Harriet Klausner, crítica literaria de Amazon quien, según mi fuente, lee del orden de dos libros diarios y lleva comentados hasta la fecha más de catorce mil.
Aparte de la mera curiosidad e interés anecdóticos, este dato me hace pensar sobre las circunstancias de este tipo de lectura motivada por razones de índole profesional, esta lectura de obligado cumplimiento.
Me pregunto si una persona como la que se menciona puede realmente disfrutar de la lectura y si puede conservar un criterio o gusto propio. Me pregunto si, fuera de sus obligaciones laborales, todavía recurre a la literatura como mero placer.
Yendo un poco más lejos, esto me hace pensar, igualmente, sobre el controvertido asunto acerca de la conveniencia o no de obligar a los jóvenes estudiantes a leer. Si eso desarrolla el gusto por la lectura o lo mata irremisiblemente.
No sé, sinceramente, la respuesta. Pero en lo que a mi respecta, se me hace cuesta arriba el pensar en una lectura como obligación. Creo que unas circunstancias como las de la mencionada Harriet Klausner las viviría como una dolorosa pérdida de un placer exquisito, un placer que requiere tiempo, interés y una adecuada disposición de espíritu.
Vicisitudes de una escritora
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