domingo, 24 de abril de 2011

El legado de un buen libro

Hay muchas placeres diferentes que nos puede proporcionar un libro. Nos puede abrir a nuevas ideas, nos puede provocar sentimientos, nos puede entretener, nos puede hacer pensar...

Sin embargo, para que una lectura sea realmente fecunda, para que un libro pueda ser considerado como realmente 'bueno', sin ignorar la subjetividad a que dicho adjetivo está sujeto, creo que debe dejar algo detras de sí, una herencia, un legado.

Cuando leo libros que realmente me impactan, con frecuencia detengo momentáneamente la lectura durante unos instantes para repasar mentalmente, analizar, reflexionar. Y cuando finalizo la última página de uno de esos libros especiales, suelo dedicar otro rato a la destilación de lo leído, a la reflexión, a una especie de prolongación de la experiencia de la lectura que va más allá de las palabras del libro, que se aleja por vericuetos mentales o emocionales sugeridos por la lectura.

Cuando reflexiono a veces sobre lo que diferencia a los 'best-seller' de la auténtica literatura, de la buena literatura, siempre bajo mi perspectiva personal, pienso que mucho tiene que ver con este legado. Aunque es fácil denostar a eso que denomino 'best-seller', libros con historias plenas de acción, misterios, ambientes sugerentes, lo cierto es que suelen proporcionar unas ratos de lectura muy agradable, de un sano entretenimiento. Sin embargo, cuando termino los pocos libros que he leído clasificables dentro de esa categoría, el regusto que me que queda es de que 'no me han dejado nada', que no hay reflexión, ni pensamiento ni emoción que sobreviva a la última página. No hay legado.

Sorprendo, en el posfacio de Natalia Ginzburg que sigue a la obra 'Un matrimonio de provincias'  de Marquesa Colombí, un comentario en que la escritora italiana compara lo que supuso para ella la lectura de 'Un matrimonio de provincias', novela que le dejó una fuerte huella, frente a la lectura de otros libros. Y dice, a propósito de éstos últimos, lo siguiente:

"Eran libros que yo declaraba bellísimos aunque no quedara nada o casi nada de ellos después de haberlos cerrado, aunque en realidad sólo recordara el título y las dos últimas palabras."

Natalia Ginzburg, con otras palabras, nos está diciendo que esos libros 'bellísimos' no le dejaron ningún legado, ningún recuerdo permanente, mientras que 'Un matrimonio de provincias' le acompañó durante toda su vida, le hizo pensar, lo releyó una y otra vez.

El legado es la marca que diferencia la gran literatura de los libros corrientes o simplemente buenos. Es un distintivo y un regalo, el regalo que el escritor nos deja en agradecimiento y compensación por haber dedicado nuestro tiempo, nuestra atención y nuestro corazón a su obra.

domingo, 10 de abril de 2011

Pensar y escribir

Con cierta frecuencia afirmo, ya sea para mi mismo ya sea para terceros, que 'pienso mientras escribo'. No sé, no recuerdo si, incluso, ya he comentado ese hecho en este blog o en alguno otro de los que mantengo.

Y no me refiero exclusivamente, ni siquiera especialmente, a la escritura en entendida en su vertiente literaria, sino a escritura en sentido amplio, sobre cualquier tema, muchos de ellos del ámbito profesional, y en cualquier formato: texto propiamente dicho, pero también esquemas, dibujos, hojas excel o presentaciones Powerpoint.

Creo que la esencia de esa escritura-pensamiento es descargar en un soporte externo las ideas que cruzan nuestra mente. Es como si el cerebro no tuviese suficiente capacidad como para retener ideas no suficientemente elaboradas y precisase el volcado en ese medio externo para, liberando recursos cognitivos, ser capaz de ir más allá, de construir nuevas ideas o enlazar las existentes. O quizá sea que la escritura fuerza a fijar la atención, a dedicar recursos cognitivos en la tarea realizada consiguiendo, mediante el incremento de atención, una mayor profundización en los conceptos.

Sea como fuere, es para mi un hecho indudable la enorme aportación que para el pensamiento supone el fijar las transcribir las ideas, a un papel o a cualquier otro medio físico o electrónico que sirva para plasmar y potenciar de alguna manera ese curso del pensamiento.

No debe ser, además, una particularidad mía, sino algo inherente al funcionamiento de nuestro cerebro.Por si sirve como corroboración, y para cerrar los comentarios que el libro 'De qué hablo cuando hablo de correr' de Haruki Murakami me ha sugerido, traigo aquí la colación a siguiente afirmación del autor:

"yo, como debe ocurrirle a la mayoría de los que se dedican a escribir, pienso cosas mientras escribo. No es que ponga por escrito lo que pienso, sino que pienso mientras elaboro textos. Doy forma a mis pensamientos mediante la labor de escritura. Y, al revisar textos, profundizo en mis reflexiones."

Es casi una transcripción literal de la idea que yo tenía al respecto.Sólo añadiría el matiz de que no creo que sea algo que afecte sólo a los que se dedican a escribir. Creo que es algo inherente a nuestro cerebro y configuración neurológica. Casi podríamos afirmar, parafraseando a Descartes:

"Escribo luego pienso"

domingo, 3 de abril de 2011

La motivación del escritor

Rescato todavía alguna idea interesante del libro 'De qué hablo cuando hablo de correr' de Haruki Murakami, donde el escritor, entremezclada con su actividad deportiva, nos apunta alguna de sus ideas y experiencias acerca de la literatura y la novela.

En este caso, me detengo en un párrafo en que Haruki Murakami afirma, de manera indudable, que la motivación para un escritor, quizá como para cualquier otra persona y actividad, se encuentra en uno mismo, viene del interior, de los propios intereses y aspiraciones. Y no sólo la motivación, sino también la vara de medir, el patrón que marca la satisfacción o insatisfacción por lo realizado.

Así nos lo explica el autor japonés:

"Lo más importante es si lo escrito alcanza o no los parámetros que uno mismo se ha fijado y frente a eso no hay excusas. Ante otras personas, tal vez, uno pueda explicarse en cierta medida. Pero es imposible engañarse a uno mismo. En este sentido, escribir novelas se parece a correr un maratón. Por explicarlo de un modo básico, para un creador la motivación se halla, silenciosa, en su interior, de modo que no precisa buscar en el exterior ni formas ni criterios."

Todo un alegato en favor de la honestidad intelectual y artística, de la independencia y de la individualidad.

Creo que estoy de acuerdo.