
Con el párrafo anterior os he contado un poquito uno de los últimos cambios en este blog pero, en realidad, eso es sólo el detonante de lo que es la auténtica reflexión de este artículo.
El caso es que, en esa labor de etiquetar los artículos antiguos, ha habido ocasiones, bastantes, en que me he encontrado con verdaderas dificultades para hacerlo de una forma razonable. Hay casos muy sencillos como cuando la etiqueta es el nombre de un escritor o el de un libro.
Pero en los casos de las etiquetas realmente importantes, las que deben caracterizar los artículos más representativos de este blog, han sido realmente difíciles de asignar. Os pongo algunos ejemplos: 'Inisinuación', 'Inteligibilidad', 'Empatía', 'Dudas', 'Dolor', 'Comprensión', 'Pensamiento', 'Realidad',...
¿ Véis lo que quiero decir ? Nombres abstractos, materiales complejos, cualidades discutibles, conceptos esquivos...
Y es que, siguiendo la distinción que nos hacía Abraham Maslow en un artículo anterior, al etiquetar, probablemente, me estoy comportando como científico, estoy "categorizando" según la nomenclatura del famoso psicólogo.

Esa disonancia creo que explica mis dificultades para asignar etiquetas en muchos casos.
Creo que como responsable de un blog, pensando en unas herramientas automatizadas como son los buscadores o en facilitar la búsqueda a personas que no sigan el blog de forma habitual, he hecho lo mejor. Pero la literatura no es así, la literatura es difusa, es ambigua, es en cierto modo evanescente. En el fondo, he estado intentando poner etiquetas a las montañas, simplificar lo complejo, nombrar lo inefable.
He hecho un duro esfuerzo por etiquetar conceptos esquivos, muy esquivos.
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