Entrelazada entre sus memorias, entre los recuerdos sobre su padre pintor, y su propia experiencia como escritor, Marcos Giralt Torrente, en su libro 'Tiempo de vida', desliza esta observación:
"esta irresponsable prolongación de la infancia en que consisten los oficios artísticos"
Quizá haya un toque irónico en la afirmación, o quizá una creencia real en esa continuidad con la infancia que supone el arte y, en especial, la literatura.
Con frecuencia nos representamos el arte como todo lo contrario, como una expresión superior de nuestra humanidad, como una de nuestras máximas realizaciones y logros como especie.
Es posible, sin embargo, y aunque tampoco niegue lo anterior, que el arte suponga un cierto carácter soñador, una tendencia a escapar de la realidad inmediata para recrearse o refugiarse en otros mundos.
Y puede que esto, junto con la dinámica diaría en que se ven envueltos los artistas, una dinámica algo distanciada y algo más desordenada que la de la mayor parte de los adultos profesionales, lo que confiera esa sospecha, seguramente injusta, de irresponsabilidad, y esa sensación de prolongación de la infancia, esa especie de complejo de Peter Pan, quizá no tan injusto, con que el escritor madrileño, parece ver teñido el oficio de artista.
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