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Quien esto afirma no es un conciudadano cabreado, un periodista, un tertuliano o, quizá, un sindicalista. Quien esto escribía es, nada más y nada menos, que Maksim Gorki. Y lo hacía en 1923 en una semblanza sobre Nikolai S. Leskov como parte de una recopilación de obras de este último autor.
Sin entrar a más disquisiciones, algo arriesgadas, lo que sí llama la atención es, a pesar de la distancia, y a pesar del tiempo transcurrido, lo cercana, lo familiar que resulta la afirmación del gran escritor ruso.
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