Alguna vez he fantaseado sobre la 'finitud' de la obra literaria, sobre el hecho de que disponemos de un número finito, aunque amplio, de palabras que recombinamos para construir relatos, novelas, poemas o ensayos.
Siendo eso así, y suponiendo que la longitud de una obra no supera unos ciertos límites, las posibles novelas, cuentos o poesías que se pueden escribir están acotados. Existe un número finito de novelas que podemos redactar, de poemas que podemos escribir.
Incluso, podríamos pensar en que un software, generando de forma aleatoria combinaciones de palabras, espacios y signos de puntuación 'escribiese' todas las obras posibles. Entre esas obras generadas por sofware, habría muchos resultados sin sentido, pero también, nos acabaríamos encontrando el Quijote, La Celestina, La Regenta, Rayuela, El Dinosaurio... e, incluso ¡este post que escribo en estos momentos!
Desde un punto de vista teórico, creo que es innegable...aunque repugne a nuestra intuición y nuestro amor por la literatura entendida como arte y expresión de nuestros pensamientos y sentimientos.
Lo que ocurre, lo que impide que esa teoría aterradora se convierta en realidad, al menos de momento, es la enorme cantidad de alternativas posibles, la explosión combinatoria a que esa generación aleatoria de textos literarios nos llevaría.
¿De qué volumen estamos hablando?
Ya en este mismo blog vimos algo al respecto en el artículo 'El lenguaje visto como sistema complejo (I): una explosión combinatoria'
Ahora, y aunque no explicita el modo de cálculo, Jorge Wagensberg, en su libro 'El pensador intruso', nos proporciona el dato para el caso de sonetos.
Nos dice:
A un poeta que escribe un sublime soneto es difícil convencerle de que su creatividad equivale a elegir un soneto de entre los 10415 diferentes que son posibles.
10415 sonetos posibles. Esa es la cifra.
10415 sonetos... son muchos sonetos, muchos billones de billones de billones de combinaciones...
Las suficientes, espero, para seguir manteniendo la ilusión de que creamos algo nuevo, original, único, para seguir pensando que es posible hacer arte y no sólo elegir un soneto del amplio catálogo disponible o pedirle a una máquina que nos genere alguno para tener algo que leer...
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