Nuestras necesidades cognitivas en ocasiones, pero en otras la simple necesidad de orden, nos lleva con frecuencia asignar etiquetas a cosas y fenómenos y a clasificarlos en categorías más o menos cerradas.
Esa práctica ayuda a poner orden, ayuda a entender y ayuda a recuperar posteriormente la información... pero no es más que una metodología, un intento, a medias exitoso, a medias fallido, de poner un orden donde, en ocasiones, ese orden realmente no existe.
Y traigo todo esto a colación a raíz de algo bastante banal. En mi página personal consigno breves reseñas de todos los libros que leo. Y, como el resto de las temáticas de la página están agrupadas en grandes temas...pues los libros también.
En ocasiones, la mayoría de las ocasiones realmente, esa labor de clasificación es muy sencilla, casi trivial. Pero existen casos, y hoy ha sido uno de ellos, en que realmente me ha costado mucho encontrar la clasificación adecuada. Tenía el susodicho volumen a clasificar un bastante de sociología, otro tanto de psicología, un poco de tecnología e, incluso, si se quiere, ligeros toques de política y economía.
¿Cómo clasificar algo así?
En el caso al que me refiero he optado por conceder el máximo peso a la parte sociológica...pero no deja de ser, lo reconozco, una aproximación burda.
El pensamiento, el conocimiento, se resisten a ser clasificados. Es práctico y razonable el intentarlo, pero sabiendo que no estamos consiguiendo más que meras aproximaciones.
En realidad, debo confesar que, además, me atren particularmente los libros y temáticas multidisciplinares, de fronteras difusas. Probablemente ahí encuentre las visiones más ricas, más abarcadoras, más satisfactorias, más inspiradoras.
Así que, probablemente, no deba extrañarme, y no tenga derecho a quejarme, si luego me resulta complejo clasificarlo.
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