Julio Cortázar en su despacho |
Con independencia de la satisfacción que el escritor pueda sentir al volcar sus ideas y sentimientos en el papel, con independencia de que la elección de sus contenidos pueda (seguro que no siempre sucede) estar guiada únicamente por su proyecto artístico, sentimental o editorial, parece que siempre hay un público al final del camino, que el producto de los desvelos del escritor será leído, consumido, analizado, disfrutado o despreciado por el público.
Y si el escritor está volcando en las palabras acontecimientos o sentimientos muy propios, muy íntimos, está arriesgando esa intimidad desde el momento mismo en que decide escribirla o, más bien, desde el momento en que decide publicarla.
Es su apuesta y es su decisión.
Lo que ocurre es que pensamos en la escritura como un acto público, como una acción que, si bien teñida del calificativo de arte, forma parte también de un mercado editorial, de una publicación más o menos masiva.
Pero no siempre es así.
Existen los escritores aficionados, las escrituras íntimas, los círculos reducidos.
Anna Frank, autora del, quizá, diario más famoso |
En esos casos el escritor, eventualmente aficionado, puede decidir, y seguramente decide, qué publicidad da a sus intimidades. Y el previsible pudor que sigue a un escrito muy íntimo puede resultar en la condena al ostracismo del texto.
Así le ocurre a Ora, el personaje de la novela 'La vida entera' de David Grossman, quien decide escribir sus recuerdos e impresiones, en un principio sin grandes pretensiones y sin que le resulte problemático pensar que sus seres más cercanos lean lo que ha escrito. Pero a medida que avanza, a medida que vuelca en el papel más y más confesiones, más y más sentimientos ocultos en su interior, no puede por menos que arrepentirse de esa publicidad y sentir lo siguiente:
"Cada vez tiene más claro que con cada frase que añade está renunciando a otro lector potencial."
Tal vez sea ésta una reacción propia de un escritor aficionado. Tal vez los grandes escritores, 'los de verdad', no sientan esos pudores, o los hayan superado.
O puede que no sean tan sinceros y tan íntimos en sus novelas y poesías como los escritores aficionados. O puede, también, que incluso los más grandes escritores, se guarden para sí mismos, o para sus seres más cercanos, sus obras más íntimas, más delicadas.
¿Cómo podemos saberlo?
Al fin y al cabo, lo no publicado forma parte de la intimidad del escritor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario