¿Cuánto hay de original en una obra literaria traducida? ¿Qué parte de lo que leemos es aportación de su autor y qué parte del valor y el arte lo aporta, tal vez, el traductor?
En una obra literaria el arte, lo valioso, se reparte entre el contenido y la expresión.
El contenido, la historia, las ideas, el análisis psicológico, las reflexiones, los pensamientos, parecen pertenecer por completo al autor original.
¿Pero y la forma? ¿Y las palabras elegidas, y los matices que éstas aportan, y las aliteraciones, y los juegos de palabras? ¿Y no es verdad que las palabras pueden condicionar la forma en que percibimos una historia o un pensamiento?
Es cierto que el traductor debe ser fiel no sólo al contenido sino también a la forma de expresarse del escritor original. Es cierto que debe adherirse lo máximo posible al mensaje y la forma de expresarlo que empleó su autor.
Pero es evidente que no existe un paralelismo absoluto entre idiomas. Es evidente que el traductor tiene grados de libertad, un margen para la elección, para la aportación personal. Y al hacer esas elecciones, el traductor genera una obra que, tal vez mínimamente, parece aportar algo original, algo propio.
Me ha gustado mucho la forma poética en que Anne Michaels lo expresa en su novela 'Piezas en fuga', poniéndolo en la boca, en la mente más bien, de su protagonista Jakob Beer:
"La traducción es una especie de transustanciación; un poema se convierte en otro."
Y si el traductor hace una aportación propia, original, que matiza algo la obra que ha recibido ¿No debemos a esta labor considerarla un arte?
Un oficio, desde luego. Un arte... me inclino a pensar que un poquito también.
2 comentarios:
Sin duda, Ignacio, sin duda. Estoy convencido de que es todo un arte. Mis conocimientos de idiomas son minúsculos, pero, con todo, he visto traducciones literales absurdas y otras que, mucho más libres, expresaban con exactitud el original.
Gracias por el comentario, Jesús.
Me quedo, entonces, con un +1 para los traductores :-)
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