Estoy finalizando la lectura de un libro dedicado a lo que se denomina marca personal, un libro que no es, por supuesto, de tipo literario sino que se situaría, más bien, a caballo entre el marketing, las habilidades directivas y el desarrollo personal.
El concepto de marca personal se refiere al uso de técnicas propias de la gestión empresarial en el desarrollo y promoción de una persona, en la venta de alguna forma de su imagen y valor. Así, se hacen autoanálisis del tipo DAFO, se definen una visión y una misión, se busca un poosicionamiento, se establecen objetivos y se sigue la consecución de esos objetivos mediante un cuadro de mando.
Al parecer, el concepto de marca personal surgió inicialmente en el contexto de la búsqueda de empleo, pero ha ido ganando en amplitud y extensión para convertirse también en una herramienta de desarrollo personal en los entornos tanto profesional como privado.
Y, aunque no está del todo claro si esta idea es aplicable a cualquier persona, se me ha ocurrido pensar que el ámbito de la literatura y de las artes es terreno natural para este concepto. De hecho, de alguna forma, escritores y artistas, probablemente inconscientemente, han constituído desde siempre marcas personales.
El nombre de un escritor forma parte de esa marca, pero también la percepción que de él tenemos (su posicionamiento) como escritor ligero o profundo, comprometido o superficial, clásico o innovador, engreído o humilde, poeta o narrador, etc, etc, etc.
El ver el nombre de un escritor concreto del cual tenemos buena imagen en la portada o lomo de un libro puede constituir motivo suficiente para determinar la compra de ese libro, con independencia de lo que de esa obra conozcamos, lo que pueda contar la solapa o la contraportada, o el que tengamos una referencia o no.
En la marca del escritor influyen, por supuesto, su obra anterior y las críticas o reseñas que pueda haber recibido, pero también la promoción que de él hagan las editoriales, la impronta que pueda dejar en entrevistas o actos públicos, su imagen externa, su comportamiento en el entorno literario e, incluso, fuera de él.
Según enseña el personal branding (nombre inglés de marca personal), el primer interesado en la definición, desarrollo y promoción de esa marca es la persona, en este caso el escritor.
Si eso es así, y si el escritor desea tener un posicionamiento concreto y un éxito a nivel de imagen y comercial, debería ser consciente, en primer lugar, de que él mismo constituye una marca y, en segundo término, que esa marca influye en su éxito. Por tanto, debería permanecer atento a este tipo de técnicas, trabajarlas y desarrollarse, y en esta labor, en esta gestión de la marca que es él mismo, no debería delegar completamente en editoriales, quizá ni siquiera en un eventual agente literario.
Difícil intento, supongo, para los escritores que seguramente valoren más y sean más conscientes de las cualidades artísticas de su obra que los aspectos comerciales de la misma. Pero el tiempo en que el buen paño, y la buena literatura, se vendían en el arca, parecen haber desaparecido para siempre y más vale ser conscientes de ello.
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2 comentarios:
Una entrada muy interesante, Ignacio.
Yo creo que en cuanto a este tema tiene mas peso el propio escritor que la editorial o la agencia que lo representan, que se ocupan mas del tema puramente comercial.
El escritor es quien da la cara, quien responde a las preguntas, quien se relaciona directamente con el publico y va creandose una imagen, (si he entendido bien lo que significa eso de la marca personal).
Saludos
Gracias, Lola.
Estoy de acuerdo contigo y, aunque tiene mucho que hablar y trabajar, creo que has entendido bien por dónde va lo de la marca personal.
Algo que, ahora, te tocará trabajar... :-)
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