
Y el debate debe de ser antiguo porque leyendo hoy la introducción a la obra de Unamuno titulada "Cómo se hace una novela", descubro que Don Miguel distinguía dos tipos de escritores, a los que denominaba ovíparos y vivíparos.
Esto decía de los ovíparos:
"Cuando se propone publicar una obra de alguna importancia o un ensayo de doctrina, toma notas, apuntuaciones y citas, y va asentando en cuartillas cuanto se le va ocurriendo a su propósito, para irlo ordenando de cuando en cuando. Hace un esquema, plano o minuta de su obra, y trabaja luego sobre él; es decir, pone un huevo y lo empolla".
Y esto de los vivíparos:
"No se sirven de notas ni de apuntes sino que lo llevan todo en la cabeza. Cuando conciben el propósito de escribir una novela, pongo por caso, empiezan a darle vueltas en la cabeza al argumento, lo piensan y repiensan, dormidos, y despiertos, esto es, gestan. Y cuando sienten verdaderos dolores de parto, la necesidad apremiante de echar fuera lo que durante tanto tiempo les ha venido obsesionando, se sientan, toman la pluma y paren. Es decir, que empiezan por la primera línea, y, sin volver atrás ni rehacer lo ya hecho, lo escriben todo en definitiva hasta la última línea.".

Sin embargo, y aunque el "viviparismo" sea indudablemente más atractivo y romántico, parece que, como en tantas cosas, la solución se encuentra en el equilibrio entre los extremos, en dosificar adecuadamente cada ingrediente y, en este caso, diría que hasta puede estar condicionado no sólo por el propósito del escritor en un momento dado sino, incluso, por su propia capacidad para crear algo valioso sin una trabajo de planificación previa, sin un periodo de empollamiento de la obra literaria.
La naturaleza es sabia, y por algo hay dos formas de crear nueva vida...literaria.
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