
Extraña labor. Puede que absurda. Puede que imposible.
Corregir un ensayo es razonablemente fácil: basta con seguir las normas que nos dicta la gramática e, incluso, la costumbre. Si eso fuera poco, hasta la informática acude hoy día en nuestra ayuda. Corregir narrativa, salvo excepciones escasas en grandes innovadores, tampoco es difícil. Es casi similar a la corrección de un ensayo.
Pero... ¿corregir poesía?
¿Cómo podemos estar seguros de que una aparente incorrección no es intencionada? ¿Cómo saber cuándo estamos ante una licencia y cuándo ante una torpeza? ¿Cómo juzgar las obras de un genero que, cada vez con mayor frecuencia, desafía las reglas de la gramática y de la ortografía?
He tenido que guardar, en el limbo de lo probable, algunas correcciones, la mayoría, y confiar en que el poeta se juzgue a sí mismo, y se pregunte si, las aparentes faltas son un error, una contribución artística o una simple frivolidad.
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