Hace años que reflexiono y alguna vez he escrito sobre el poder del lenguaje, su capacidad de influencia para el bien y para el mal, para destruir y para curar, y las implicaciones éticas que ello conlleva para todo aquel que domine el lenguaje, ya sea vía la oratoria o la escritura, literaria o periodística.
Sobre la responsabilidad que este poder implica, escribí en 2007 un breve ensayo titulado 'Palabra: poder y responsabilidad' y que guardo en mi página personal. Y sobre la capacidad terapéutica de la literatura publiqué una serie de artículos en este mismo blog, comenzando por el titulado 'Bisturí', siguiendo por 'Renuncia' y cerrando con 'Más terapia literaria'.
En cierto sentido, y a pesar de su relevancia e interés personal, lo consideraba casi un tema agotado, un asunto sobre el que ya no sabía qué más añadir.
Sin embargo, leyendo 'Piezas en fuga' de la canadiense Anne Michaels, me encuentro este bello fragmento:
"Yo ya conocía el poder que tiene el lenguaje para destruir, para omitir, para borrar. Pero la poesía, el poder que el lenguaje tiene para restaurar: esto era lo que tanto Athos como Kostas estaban intentando enseñarme."
No es tanto que el texto aporte una idea nueva. Es sólo la satisfacción y el placer que produce ver las propias ideas plasmadas en palabras de un tercero, perpetuadas en papel impreso, conformadas por una tan bella expresión.
Y es la renovación de una idea ya casi olvidada.
El lenguajes es poderoso. Poderoso para dañar y destruir. Poderoso para consolar y curar. Y poderoso para estimular y para recordar.
3 comentarios:
Curioso identificarte con otro y ver escrito lo que tú piensas y no habías pensado...
Me recuerda a "Pindarello y yo" de Unamuno.
La verdad es que esa experiencia sana, uno se siente liberado.
Gracias Jesús.
Alguna vez he pensado que las frases lapidarias o las grandes citas, nos lo parecen porque condensan con una gran concreción, eleganica y precisiónnuestras propias ideas.
Me apunto la nueva dirección Jacqueline y actualizo el feed RSS
Publicar un comentario