Hay muchas placeres diferentes que nos puede proporcionar un libro. Nos puede abrir a nuevas ideas, nos puede provocar sentimientos, nos puede entretener, nos puede hacer pensar...
Sin embargo, para que una lectura sea realmente fecunda, para que un libro pueda ser considerado como realmente 'bueno', sin ignorar la subjetividad a que dicho adjetivo está sujeto, creo que debe dejar algo detras de sí, una herencia, un legado.
Cuando leo libros que realmente me impactan, con frecuencia detengo momentáneamente la lectura durante unos instantes para repasar mentalmente, analizar, reflexionar. Y cuando finalizo la última página de uno de esos libros especiales, suelo dedicar otro rato a la destilación de lo leído, a la reflexión, a una especie de prolongación de la experiencia de la lectura que va más allá de las palabras del libro, que se aleja por vericuetos mentales o emocionales sugeridos por la lectura.
Cuando reflexiono a veces sobre lo que diferencia a los 'best-seller' de la auténtica literatura, de la buena literatura, siempre bajo mi perspectiva personal, pienso que mucho tiene que ver con este legado. Aunque es fácil denostar a eso que denomino 'best-seller', libros con historias plenas de acción, misterios, ambientes sugerentes, lo cierto es que suelen proporcionar unas ratos de lectura muy agradable, de un sano entretenimiento. Sin embargo, cuando termino los pocos libros que he leído clasificables dentro de esa categoría, el regusto que me que queda es de que 'no me han dejado nada', que no hay reflexión, ni pensamiento ni emoción que sobreviva a la última página. No hay legado.
Sorprendo, en el posfacio de Natalia Ginzburg que sigue a la obra 'Un matrimonio de provincias' de Marquesa Colombí, un comentario en que la escritora italiana compara lo que supuso para ella la lectura de 'Un matrimonio de provincias', novela que le dejó una fuerte huella, frente a la lectura de otros libros. Y dice, a propósito de éstos últimos, lo siguiente:
"Eran libros que yo declaraba bellísimos aunque no quedara nada o casi nada de ellos después de haberlos cerrado, aunque en realidad sólo recordara el título y las dos últimas palabras."
Natalia Ginzburg, con otras palabras, nos está diciendo que esos libros 'bellísimos' no le dejaron ningún legado, ningún recuerdo permanente, mientras que 'Un matrimonio de provincias' le acompañó durante toda su vida, le hizo pensar, lo releyó una y otra vez.
El legado es la marca que diferencia la gran literatura de los libros corrientes o simplemente buenos. Es un distintivo y un regalo, el regalo que el escritor nos deja en agradecimiento y compensación por haber dedicado nuestro tiempo, nuestra atención y nuestro corazón a su obra.
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4 comentarios:
Buena reflexión, Ignacio. Yo amo el libro en sí, pero si ya es un libro que me ha encantado para mí es como un tesoro y si se me estropease lo sentiría tanto...
Gracias, Vero.
Es un amor compartido, aunque tal y como lo describes casi parece que hablas del libro físico...que, desde luego, tambiñen tiene su encanto...
Lo que a mi me pasa cuando acabo un buen libro es que tengo miedo de empezar otro porque probablemente no me va a gustar tanto. Es como si necesitara dejar reposar esos buenos momentos.
Hola GELY,
Bienvenida a este blog.
Entiendo lo que dices: después de un buen libro el siguiente puede guardar una decepción.
Sin embargo, para mi, el inicio de un nuevo libro es como una nueva aventura, un momento de descubrimiento...y de esperanza en lo que se pueda descubrir.
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