A veces nos olvidamos de que la literatura es una calle de doble dirección.
A veces cedemos a esquemas pasivos en que el escritor aporta sus ideas, sus creaciones y su talento y el lector actúa meramente como un receptor.
En una de sus frecuentes reflexiones metaliterarias, Samuel Riba, el editor jubilado protagonista de 'Dublinesca', la última novela de Enrique Vila-Matas, sueña con un paradigma diferente. Sueña con un lector activo, inteligente y con talento.
Estas son las reflexiones de Riba:
"Sueña con un día en que la caída del hechizo del best-seller dé paso a la reaparición del lector con talento y se replanteen los términos del contrato moral entre autor y público. Sueña con un día en el que puedan respirar de nuevo los editores literarios, aquellos que se desviven por un lector activo, por un lector lo suficientemente abierto como para comprar un libro y permitir en su mente el dibujo de una conciencia radicalmente diferente de la suya propia. Cree que si se exige talento a un editor literario o a un escritor, debe exigírsele también al lector. Porque no hay que engañarse: el viaje de la lectura pasa muchas veces por terrenos difíciles que exigen capacidad de emoción inteligente, deseos de comprender al otro y acercarse a un lenguaje distinto al de nuestras tiranías cotidianas."
Riba hace esa llamada, aunque sea como anhelo y como sueño, a ese talento del lector. Un talento que tiene mucho que ver con la apertura, y una apertura que es a la vez intelectual, a nuevas ideas y concepciones, y empática, capaz de conectar con otros sentimientos y conciencias.
Esa dualidad intelectual-emocional en la conexión escritor-lector es la que lleva a Riba a acuñar el interesantísimo concepto de emoción inteligente.
Una relación escritor-lector de esta naturaleza no cabe duda de que resulta enormemente enriquecedora. Sin embargo, tal es la importancia que el viejo editor concede a esa relación bidireccional, tal su relevancia, que no sólo la interpreta como una aspiración o un deseo sino que llega a hablar, incluso, de un contrato moral entre lector y escritor, una suerte de obligación contraída por el lector para con el escritor y el editor, por el hecho de leer un libro.
Elevados requerimientos, sin duda, y difícilmente exigibles en la práctica, pero parece que el talento, el esfuerzo, el trabajo y el compromiso que supone la escritura y edición de un libro, bien se merecen algo de esfuerzo y talento también por parte del lector.
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Hace 2 horas
2 comentarios:
Casualmente acabo de terminar Dublinesca y de hacer el comentario correspondiente en mi blog.
Pasate y deja tu opinión ;)
Saludos
Gracias, Lola.
Acabo de leer tu post (tenía miedo de leerlo porque aún me queda un poquito para acabarla y no quería saber el final :-) ).
Prefiero no comentar hasta que lo acabe...aunque no creo que ya cambie mi opinión.
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