Ya hace casi dos años hablaba en este mismo blog acerca de la innovación en literatura. Es un tema que, de forma recurrente, me llama la atención desde que hace ya bastantes años cursé por primera vez la asignatura de literatura en el bachillerato y tuve las primeras explicaciones, más o menos detalladas, acerca de los distintos movimientos literarios, sus diferencias y aportaciones.
En esta ocasión ha vuelto a mi mente al leer, hará un par de semanas, la introducción al poemario 'Arde el mar' de Pere Gimferrer en su edición de Cátedra.
Y lo que me llama la atención, y lo que ese prólogo me recordó, son dos asuntos interrelacionados.
Por un lado, el hecho de que, con frecuencia, parece que la innovación sea un valor en sí misma, que casi cualquier vanguardia o experimento se considere valioso por el hecho de serlo y que, sin embargo, la literatura más acomodada a modelos ya probados sea minusvalorada, casi despreciada.
Por otro lado, me sorprende la carga emocional, de altivez o e incluso desprecio, que acompaña a las vanguardias e innovadores, y hasta a los críticos y eruditos que juzgan a escritores y movimientos.
Creo que en literatura, como en cualquier otra actividad humana, la presencia de innovación es buena y que se precisa de individuos o grupos que prueben nuevas formas, nuevas técnicas, nuevas ideas. La innovación nos hace avanzar y ampliar los horizontes.
Sin embargo, no puedo compartir la asunción de que toda experimentación y toda vanguardia sea excelente, ni siquiera valiosa. Mucha experimentación fracasa y no todos los experimentadores son brillantes. En ninguna ciencia, y tampoco en literatura. Habrá grandes ideas y grandes fracasos, habrá avances y retrocesos. Un experimentador no es valioso sólo por el hecho de serlo. Será estimable en la medida en que aporte realmente luz y novedades, que sea capaz de transformar e influir, que suba algún tipo de peldaño de calidad, belleza o excelencia.
Tampoco puedo compartir el desprecio por las formas establecidas. La ideas y formas dominantes lo son porque han supuesto la culminación de innovaciones anteriores, porque han pasado todos los filtros y han ganado todas las batallas. Las formas establecidas, o las que alguna vez lo han sido, fueron en algún momento la mejor expresión de la ciencia o el arte. Puede que aún lo sean...
Es lícito y es positivo el experimentar. Nos hace avanzar por un camino que nos lleva a mejorar. Pero no conviene olvidar que, en ese camino, tenemos a los lados paisajes maravillos que, en el fondo, es lo que vamos buscando. No dejemos que el ansia del camino nos impida mirar el paisaje, no consideremos avance el tomar cualquier tortuoso sendero, no nos obcecemos en mirar para adelante sin contemplar la belleza de lo que dejamos a la vera e, incluso, a nuestras espaldas.
Nota acerca de las imágenes
Las imágenes que acompañan a este artículo son detalles de obras de Adolfo Arranz, ilustrador e infógrafo de El Mundo, publicadas en su precioso blog 'La sombra del asno'.
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