Me encuentro leyendo una novela entretenida aunque, por lo demás, poco relevante, pero que tiene la particularidad de que está firmada, y supongo pues que escrita, por dos autores.
Se trata este hecho de algo, la escritura compartida, la escritura por varios autores, que me resulta difícil de entender. Y no es que el caso de los autores de la novela que me ocupa sea un caso absolutamente aislado. Existen antecedentes tan relevantes como el de los hermanos Grimm o, ya en nuestro pais, los hermanos Alvarez Quintero.
Está claro, por tanto, que es posible y, en ocasiones, muy fructífero.
Sin embargo me resulta difícil de imaginar. Existen, por un lado, dificultades técnicas y de estilo: cómo mantener un estilo uniforme, una misma manera de expresarse, un parecido vocabulario.
Requiere, además, un profunda compenetración, una comunidad de intereses y una generosidad para que las opiniones, gustos o egos de cada uno de los co-autores no supongan fricciones, infructuosos debates o rupturas.
Pero incluso estas dos dificultades, el estilo y el ego, aunque complejas, me parecen salvables.
Lo que más me cuesta asumir es lo que afecta a los aspectos más creativos y profundos. Concibo la escritura como una experiencia muy personal, como un viaje que emprende el escritor acompañado por sus personajes y su historia, unos personajes y una historia que, además, no le pertenecen completamente sino que tiene su vida propia, un viaje en que con frecuencia se descubre a si mismo, se piensa a sí mismo.
¿Cómo compartir esa riqueza de reflexiones y sentimientos? ¿Cómo tener tal resonancia intelectual y sentimental con otra persona?
Quizá, renunciando a ese aspecto de viaje personal, la colaboración sea más sencilla pero, ¿vale la pena dicha renuncia?
Puede que la colaboración se produzca de formas más sencillas a las que me imagino.
Puede que los temas elegidos para la escritura en común sean relativamente superficiales y, por ello, no impliquen tan profundamente la personalidad del escritor.
Puede que el truco se encuentre en asignar roles. Quizá, uno de los co-autores es más bien el ideólogo, el guionista, el que concibe la historia, mientras que el otro aporta una mayor habilidad para traducir eso en palabras. O puede que se repartan las perspectivas de diferentes personajes (esto podría ser un más que interesante experimento psicológico-literario). O quizá existan otros repartos de roles que en este momento no acierto a imaginar.
Tal vez se trate de que los poco frecuentes casos de escritura compartida tengan lugar entre personas profundamente unidas tanto en su historia personal como en sus sentimientos e intereses (no deja de ser relevante que las dos parejas puestas como ejemplos sean hermanos) y por ello exista una comunión que salva todas las dificultades.
Quizá, la experiencia de compartir con otro ser humano ideas, emociones y sentimientos compense a los 'escritores colaborativos' la renuncia parcial a su propia iniciativa e identidad.
No es la escritura compartida un fenómeno que acabe de asimilar. Pero está claro que, en ocasiones, en extrañas ocasiones, produce grandes frutos.
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