Voy leyendo, poco a poco, la obra 'Tirando del hilo' que recoge artículos de
Carmen Martín Gaite y, en concreto, me encuentro un artículo publicado en Diario 16 en septiembre de 1978, en que afirmaba lo siguiente:
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El prestigio de las "élites" modernas se apoya sustancialmente en la apología de lo abstruso, es decir, en una hipervaloración de la dificultad que la obra literaria presenta para ser descifrada por aquellos a quienes presuntamente va dirigido el enrevesado mensaje".
No se queda ahí, y continua:
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lo curioso es que este prestigio del escritor ... se edifica gracias a la complicidad y papanatería del propio lector a quien olímpicamente se desprecia."
y remata afirmando, acerca del lector de "novedades" que:
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acaba sospechando que que si no entiende lo que lee debe de ser porque es muy bueno"
Han pasado más de treinta años desde este artículo y, sin embargo, probablemente podría volver a ser publicado hoy día sin apenas enmienda y continuaría siendo plenamente actual. Porque ¿ no es cierto que muchas veces concedemos el beneficio del prestigio a todo lo complejo y que no entendemos ? ¿ No es cierto que adoptamos una cierta sumisión intelectual reconociendo como bueno lo que nos resulta incomprensible ? Y, sin embargo, ¿ no es menos cierto que la literatura, en sentido amplio, pretende comunicar ? y ¿ qué comunicación existe cuando el receptor no entiende ?
Es cierto, también, que no todos los publicos son iguales. Es cierto, también, que hay niveles y niveles de cultura y preparación. Es cierto, también, que algunas obras pueden no ir dirigidas a cualquier tipo de público. Incluso es cierto, también, que, en algún caso, el escritor puede haber creado una obra para sí mismo.
Sin embargo, en ningún caso podemos afirmar que lo abstruso es bueno 'per se', que la complejidad es un valor. En ningún caso el abstrusismo es un mérito en sí mismo.
Puestos a conceder mérito, quizá, en la literatura como en el circo, el verdadero mérito esté en hacer parecer fácil lo difícil.