Más de una vez he dicho, en mi entorno cercano, especialmente en el profesional (y creo que en alguna entrada de éste u otro blog), que yo pienso cuando escribo. Necesito, de alguna forma, plasmar en palabras, en esquemas, en dibujos, las ideas que me rondan la cabeza.
Pero esa escritura es también pensamiento. No se trata de grabar en un papel, o en un documento electrónico, unas ideas ya construidas. No. La escritura y el pensamiento son procesos iterativos, interconectados, que se realimentan. El pensamiento lleva a la escritura, pero la escritura conlleva reflexión sobre lo que se escribe, análisis acerca de su sentido, revisión, reformulación...nuevo pensamiento.
El plasmar las ideas en un papel nos enfrenta a ellas, nos exige rigor, desambiguación, exactitud, corrección, claridad,...perfeccionar las imágenes borrosas, las frases inconclusas o desestrucuradas que surgen en nuestro cerebro. Y esa autoexigencia es fecunda, estimulante, realizadora...es nuevo pensamiento.
La escritura, además, proporciona distancia, tiempo. Ofrece la oportunidad para revisar y corregir, para que lo que finalmente dejemos escrito como resultado de nustro proceso intelectual, sea perfecto, ajustado a lo que realmente queríamos decir. Evita improvisaciones, equívocos, imprecisiones...
Quizá, por eso, lo escrito goza de ese prestigio superior, esa autoridad frente a la expresión oral, frente a las palabras que se lleva el viento.
La escritura no es una tarea mecánica. La escritura es perfeccionar y amplificar lo pensado. La escritura es pensamiento en sí misma...
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