Esta mañana me han preguntado acerca de la interpretación de un libro que yo había regalado a quien así me interpelaba. Y he sentido que no quería, que casi no sabía dar una interpretación. Se trataba de un libro en prosa pero, a pesar de ello, de tono muy poético, y donde la historia se insinúa más que narrarse, una historia que apela más a la intuición y al sentimiento que al entendimiento y a la razón.
Me gustan ese tipo de libros en que la historia parece ocultarse entre nieblas, donde los perfiles se encuentran algo desdibujados, donde caben las interpretaciones y la fantasía, donde no todo está escrito, donde hay que suponer, donde hay que sentir...
Y no me encuentro cómodo encendiendo los faros antiniebla, simplificando significados, acotando posibilidades. No creo que cualquier palabra que pueda yo improvisar en una conversación, cualquier análisis de urgencia, cualquier intento de definir el sentido de la obra, pueda aportar verdadero significado y, sin embargo, sí puede destruir el gran caudal de belleza que se oculta entre los jirones traslúcidos.
Lo que es por mi, que no despeje la niebla.
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