domingo, 22 de abril de 2012

Sobre el poder del lenguaje ...de nuevo

Hace años que reflexiono y alguna vez he escrito sobre el poder del lenguaje, su capacidad de influencia para el bien y para el mal, para destruir y para curar, y las implicaciones éticas que ello conlleva para todo aquel que domine el lenguaje, ya sea vía la oratoria o la escritura, literaria o periodística.

Sobre la responsabilidad que este poder implica, escribí en 2007 un breve ensayo titulado 'Palabra: poder y responsabilidad' y que guardo en mi página personal. Y sobre la capacidad terapéutica de la literatura publiqué una serie de artículos en este mismo blog, comenzando por el titulado 'Bisturí', siguiendo por 'Renuncia' y cerrando con 'Más terapia literaria'.

En cierto sentido, y a pesar de su relevancia e interés personal, lo consideraba casi un tema agotado, un asunto sobre el que ya no sabía qué más añadir.

Sin embargo, leyendo 'Piezas en fuga' de la canadiense Anne Michaels, me encuentro este bello fragmento:

"Yo ya conocía el poder que tiene el lenguaje para destruir, para omitir, para borrar. Pero la poesía, el poder que el lenguaje tiene para restaurar: esto era lo que tanto Athos como Kostas estaban intentando enseñarme."

No es tanto que el texto aporte una idea nueva. Es sólo la satisfacción y el placer que produce ver las propias ideas plasmadas en palabras de un tercero, perpetuadas en papel impreso, conformadas por una tan bella expresión.

Y es la renovación de una idea ya casi olvidada.

El lenguajes es poderoso. Poderoso para dañar y destruir. Poderoso para consolar y curar. Y poderoso para estimular y para recordar.

domingo, 8 de abril de 2012

Borges, la memoria y el talento

¿Existe una relación entre la memoria y el talento?

Expresada así a bocajarro la pregunta, me resultaría difícil saber qué contestar, pero confieso que tendería a sospechar una correlación positiva. Al fin y al cabo, la memoria es una capacidad cognitiva e intelectual que siempre parece sumar, en mayor o menor medida. Parece que la capacidad de recordar hechos, cifras, imágenes, sentimientos, puede ser una valiosa ayuda para otras capacidades cognitivas como la imaginación o la creatividad que asociaríamos al talento.

Sin embargo, Jorge Luis Borges, nada más y nada menos que Jorge Luis Borges, no parece compartir esa idea. O al menos no en casos de memoria extrema, una memoria probablemente hipótética más que real, pero que puede servir de referente teórico.

Esa es la idea que, al menos, nos transmite Roberto Álvarez del Blanco en su libro 'Neuromarketing'. Ya deducirá el visitante de este blog que el libro referido no es precisamente un libro de crítica o análisis literarios. Se trata, en realidad, de un ensayo, casi un libro de texto, a propósito de esta curiosa y fascinante disciplina, el neuromarketing, que intenta relacionar el análisis científico del comportamiento del cerebro, especialmente a nivel neuronal, con su posible aplicación al marketing.

Parezca lo que pueda parecer la disciplina, lo cierto es que el análisis científico del cerebro, la neurociencia, es apasionante y se adentra en la resolución de uno de los misterios más insondables que nos es dado contemplar: el funcionamiento de nuestro propio cerebro.

En concreto, cuando se habla de la memoria, constata Roberto Álvarez del Blanco que la mente humana no retiene todo aquello que experimenta, que la memoria es finita. Además, nos informa de que el cerebro humano, al desarrollarse, disminuye de tamaño en lugar de aumentar y, sin embargo, nos hacemos más inteligentes en ese proceso.

Deduce el autor, de una forma que considero no del todo explicada que, paradójicamente, esa disminución del tamaño, viene a ser una demostración de la adquisición de talento. Que la inteligencia y el talento nacen de las conexiones sinápticas entre neuronas que se producen debido al aprendizaje y que, si retuviésemos absolutamente todo lo percibido, no se producirían dichas conexiones y, por tanto, no se generaría el talento.

Considero que la explicación aportada, no ya sólo el resumen que realizo en las líneas anteriores, sino la propia explicación del autor en el libro no es del todo completa...pero aún así resulta plausible e interesante.

Lo llamativo es que, al parecer, Jorge Luis Borges ya intuyó algo en esta línea de pensamiento.  Es en este contexto, en efecto, que Roberto Álvarez del Blanco cita al genial literato argentino y nos dice:

"El escritor argentino Jorge Luos Borges imaginó cómo podía ser esta persona describiéndola como 'poseída de memoria infinita'. Nada se le escapaba. Toda su experiencia sensorial, pasada y actual, persistía en su mente, estancado en lo particular, imposibilitado de olvidar todo lo que había visto, no podía formar ideas generales y, por tanto, estaba imposibilitado para pensar. Una persona como esta no puede sentir, construir relaciones, o tomar decisiones de ningún tipo. Estará vacía de personalidad, preferencias, juicio y pasión."

Curiosamente, el razonamiento lo entendemos mejor ahora. Al parecer, las conexiones sinápticas, el talento y el conocimiento que codifican, nacen como una generalización... que siempre es una simplificación. Y esa generalización / simplificación se produce ante la pérdida de parte de los datos, ante la imposibilidad de almacenar todo en la memoria. El cerebro, ante esa imposibilidad de almacenarlo todo, construye conexiones sinápticas que codifican la esencia de los hechos, lo fundamental de la experiencia, y le permiten aplicar soluciones en el futuro basadas en esa esencia. Una memoria infinita no simplifica, dispone de todos los datos pero, paradójicamente, esa abundancia impide el aprendizaje y el talento.

No estoy en posición de juzgar la verdad de esta proposición, aunque al menos parece verosímil. Lo llamativo es cómo Jorge Luis Borges ya pudo intuir lo que las neurociencias comienzan a entrever  años después.

Y es que, probablemente, muchas veces la intuición guía a la ciencia.

viernes, 30 de diciembre de 2011

Lecturas para una crisis: las lecturas de 2011

Y no se trata tan solo de una crisis económica que, por supuesto, es innegable, sino también una crisis literaria y de lectura.

2011 ha sido para mi el año más bajo en cuanto a cantidad de lecturas de carácter literario en quizá una década. He leído menos narrativa, no he leído poesía y sólo un par de ensayos. Confluencias de multitud de actividades diversas así como intereses en conflicto (incruento, eso sí) explican parcialmente esta crisis de lectura.

Aún así, un buen ramillete de libros leídos, algo más de una veintena, adornan este año de crisis. Vamos allá.

NARRATIVA
Aunque es el género literario que más he consumido, también la narrativa ha sufrido un notable descenso respecto a años precedentes, especialmente en el último tercio del año.

Los libros que he leído en este apartado, en orden cronológico, son los siguientes:
  • Uno, ninguno y cien mil (Luigi Pirandello)
  • Dublinesca (Enrique Vila-Matas)
  • Azul serenidad o la muerte de los seres queridos (Luis Mateo Díez)
  • De qué hablo cuando hablo de correr (Harumi Murakami)
  • Nieve en otoño (Irène Némirosvski)
  • Emaús (Alessandro Baricco)
  • El inmoralista (André Gide)
  • Un matrimonio de provincias (Marquesa Colombí)
  • La cripta de invierno (Anne Michaels)
  • Leche derramada (Chico Buarque)
  • Viaje de invierno (Amélie Nothomb)
  • La delicadeza (David Foenkinos)
  • El peso de la mariposa (Erri de Luca)
  • La acabadora (Michela Murgia)
  • Sonata para Miriam (Linda Olsson)
  • El viejo juez (Jane Gardam)
  • Viaje a la Alcarria (Camilo José Cela)
  • Zalacaín el aventurero (Pío Baroja)
  • La sombra del ciprés es alargada (Miguel Delibes)
  • Sukkwan Island (David Vann)
  • El violín de Auschwitz (Maria Ángels Anglada)
  • La conquista del aire (Belén Gopegui)
No ha sido un año de grandes descubrimientos, cambios de estilo o aficiones. Sigo cultivando sobre todo una novela centrada en el ser humano, su psicología y sus sentimientos más que en relatos de acción, y alternando los clásicos más clásicos, especialmente de la literatura española (Pío Baroja, Delibes o Camilo José Cela) con autores, modernos o antiguos, que voy descubriendo por referencias o por tropezármelos en las librerías (David Vann o Maria Ángels Anglada por poner dos ejemplos).

Este año me cuesta definir el pódium de los tres mejores libros para mi gusto que he leído.
Como mejor libro de 2011 creo que me voy a quedar con El violín de Auschwitz de María Ángels Anglada. Un libro corto, delicado, pero intenso en cuanto a sentimientos. Un libro que descubrí por una recomendación de alguien cuyo consejo literario vale la pena seguir y que leí con enorme placer de un tirón en una tarde veraniega.

Valioso, tanto por lo literario como por su mensaje de fe, superación y humanidad.

En segundo lugar sitúo Azul serenidad o la muerte de los seres queridos de uno de mis autores más apreciados, el leonés Luis Mateo Díez. Un libro también profundo e intenso emocionalmente, a caballo entre la narración, las memorias y la poesía. Una lúcida reflexión o, si se quiere, recreación, del dolor y anonadamiento que sigue a la muerte de familiares y otros seres cercanos y queridos.

Para finalizar, y aunque debo apuntar que el desenlace desluce un poco el resto de la obra, me quedaré con La cripta de invierno de Anne Michaels, una novela de compleja construcción en que, en escenarios exóticos y de claro sabor histórico, se desarrolla la relación deu na pareja romántica pero al tiempo intelectual, compleja y, de nuevo, de mucha profundidad. Podría quitarle el puesto El viejo juez, de Jane Gardam...pero dejémoslo así.

ENSAYO
Aunque en el apartado de ensayo siempre el número de libros es escaso, este año se reduce sólo a dos, aunque bien es cierto que existen muchas lecturas más relacionadas con el mundo de la empresa y que recojo en otro blog, que se solapan en algunos casos con este apartado de ensayo y que podrían engordarlo en buena medida. Me quedo, no obstante, sólo con estos dos para este blog dedicado a literatura, ciencia y humanidades:
  • Y el cerebro creó al hombre (Antonio Damasio)
  • Redes complejas (Ricard Solé)
No parece que con una muestra de sólo dos libros tenga sentido seleccionar el mejor. Así que sólo diré que ambos son muy buenos y profundamente recomendables aunque debe saberse que ambos son de carácter científico, no literario ni propiamente humanístico. El primero, del campo de la neurociencia, explora cómo pudo surgir la conciencia a partir de la fisiología del cerebro y las neuronas. El segundo, en el ámbito de la teoría de la compeljidad y las redes, introduce algunos resultados y aplicaciones de esta teoría de la complejidad en campos tan diferentes como las redes sociales, la epidemiología o la ecología. Si tuviera que decantarme por uno de los dos, lo haría por éste último, Redes complejas de Ricard Solé, por ser, quizá, más sorprendente y, sobre todo, por tener un carácter divulgativo que lo hace, al contrario que el Antonio Damasio, fácil de leer y entender.

En otro de mis blogs, Blue Chip, y por si te resulta de interés, podrás encontrar, amable lector, el listado y valoración de mis lecturas en los campos de la tecnología, la empresa y temáticas afines.

Y este es, en fin, el balance de mis lecturas de 2011. Lecturas para una crisis y crisis de lecturas, pero aún así interesantes, enriquecedoras y fructíferas.

¿Qué nos traerá consigo 2012?

domingo, 6 de noviembre de 2011

El lenguaje visto como sistema complejo (II): el valor de la sinonimia y la polisemia

¿Tiene sentido la existencia de palabras polisémicas? ¿Y la de los sinónimos? ¿Cuál es la utilidad de dos o más vocablos diferentes para expresar el mismo concepto o de que una misma palabra designe ideas diferentes?

Pudiéramos pensar que, a pesar de su posible utilidad estética desde un punto de vista literario (al fin y al cabo, proporciona variedad y evita repetir palabras ypermite jugar con ambiguedades), si lo enfocamos desde un punto de vista de eficiencia del lenguaje, de su precisión y capacidad comunicativa, la polisemia y la sinonimia parecen defectos, anomalías, un tributo al origen evolutivo e informal del lenguaje.

Sin embargo, tal vez no sea así. Tal vez la sinonimia y la polisemia no constituyan una ineficiencia del lenguaje sino todo lo contrario. Al menos a esa conclusión llega Ricard Solé en su excelente libro 'Redes Complejas' en que estudia los denominados sistemas complejos, incluyendo la ecología, la epidemiología, las redes sociales, Internet, el cerebro y el lenguaje.

Necesario es, para entender el razonamiento, dar un paso atrás y recordar un par de conceptos sobre sstemas complejos, redes y mundos pequeños.

Acudiendo a la Wikipedia, obtenemos la definición de un sistema complejo como un sistema compuesto por varias partes interconectadas o entrelazadas cuyos vínculos crean información adicional no visible antes por el observador. Como resultado de las interacciones entre elementos, surgen propiedades nuevas que no pueden explicarse a partir de las propiedades de los elementos aislados. Dichas propiedades se denominan propiedades emergentes.

Una de las herramientas de estudio de los sistemas complejos son las redes y los grafos, es decir, conjuntos de objetos llamados vértices o nodos unidos por enlaces llamados aristas o arcos, que permiten representar relaciones binarias entre elementos de un conjunto.

Un tercer y relevante concepto: los mundos pequeños. Los mundos pequeños son un tipo de sistemas, un tipo de grafo para el que la mayoría de los nodos no son vecinos entre sí, pero sin embargo la mayoría de los nodos pueden ser alcanzados desde cualquier nodo origen a través de un número relativamente corto de saltos entre ellos. Y acierta el lector, y de paso obtiene una visión mucho más intuitiva de lo que un mundo pequeño significa, si asocia el concepto de mundo pequeño con la habitual expresión popular ¡Caramba, qué pequeño es el mundo!. Porque, en efecto, las redes de mundo pequeño explican esa conectividad social que conduce a estar relacionados cercanamente y de formas inimaginables con personas que creíamos muy lejanas o desconocidas.


Si se representa gráficamente un mundo pequeño, vemos nodos unidos fuerte y más o menos ordenadamente  con los nodos adyacentes. Pero, además, y esto es esencial, observamos algunos, pocos, enlaces entre nodos lejanos. Esos enlaces entre nodos lejanos, a pesar de su escaso número comparativamente hablando, son los que explican que se pueda llegar de un nodo a otro cualquiera en un número de saltos muy limitado (en redes sociales se habla de los llamados seis grados de separación). Es decir, esos pocos enlaces son los que convierten un conjunto de nodos interconectados, realmente, en un mundo pequeño. ¿Quiere el lector una visión intuitiva de lo que esto significa? Si se piensa en redes sociales, ámbito en que surgieron este tipo de investigaciones, los nodos son las personas, los enlaces son las relaciones sociales entre personas, los nodos adyacentes son las personas del mismo lugar de residencia, capa social e intereses, y los enlaces entre nodos lejanos son esas relacionas poco convencionales con personas en otro país, o de otra raza, o de otra capa social, de otro entorno profesional...en fin, fuera de las relaciones habituales.

¿Y qué tiene todo esto que ver con el lenguaje, la sinonimia y la polisemia?

Ricard Solé nos cuenta diferentes estudios llevados a cabo por linguistas y científicos de sistemas complejos, muy especialmente Mariano Sigman y Guillermo Cecchi, en que se analizaban las relaciones entre palabras, es decir, pensaban en redes o grafos en que los nodos eran las palabras y los enlaces las relaciones semánticas entre ellas. Generaron una red con más de 60.000 palabras que introdujeron en un modelo de simulación por ordenador.

Cuando estudiaron las propiedades de la red generada descubrieron que se trataba...si, de un mundo pequeño, uno en el que en muy pocos saltos se podía llegar de una palabra a otra.

Posteriormente, hicieron el experimento de eliminar las palabras polisémicas y ¿qué ocurrió?. Pues que el mundo pequeño dejó de ser tan pequeño, que la distancia media, medida en número de saltos entre palabras, ahora era mucho más alta, que las palabras, de alguna forma, estaban mucho más desconectadas unas de otras.

Aunque, sin duda, una profunda comprensión del estudio, de sus supuestos y aplicabilidad de conclusiones, precisaría de muchas más explicaciones, parece conlegirse que las palabras polisémicas añaden una notable eficiencia al lenguaje al poner en contacto unas palabras con otras, actuando como esos enlaces entre nodos lejanos que convierten una red compleja en lo que se denomina un mundo pequeño. Así concluye Ricard Solé:

"Paradójicamente, pues, la ambiguedad introducida por la polisemia resulta ser una propiedad enormemente útil: en lugar de introducir ineficiencia, hace de hecho la asociación semántica mucho más fácil y fluida. Ésta puede ser la razón de la presencia universal de esta clase de palabras en todos los lenguajes del mundo".

¿Quién nos iba a decir que las redes sociales iban a acabar ayudándonos a explicar la utilidad de las palabras polisémicas?

Desde luego ¡qué pequeño es el mundo!

domingo, 30 de octubre de 2011

El lenguaje visto como sistema complejo (I): una explosión combinatoria

¿Ha tenido el lector alguna vez la tentación de preguntarse cuántas palabras son posibles en nuestro idioma o cuántas frases diferentes se pueden generar o, quizá, cuántas novelas o poemas se pueden construir?

La respuesta es sencilla: infinitas...siempre que no se ponga una limitación a la extensión de las palabras, frases o novelas. Sin embargo, esa respuesta no satisface nuestra curiosidad, ni nos proporciona una idea medianamente concreta de lo que estamos hablando.

Recientemente he finalizado la lectura de un libro apasionante, 'Redes complejas' de Ricard Solé, que estudia diversos sistemas complejos enfocándolos como redes. Entre esos sistemas complejos se encuentran Internet, la ecología o el genoma humano.... Y también el lenguaje.

Y es en el ámbito de ese estudio del lenguaje como sistema complejo en el que el autor nos proporciona algunos datos, algunas aproximaciones, que pueden calmar nuestra curiosidad.

Primero, hace una valoración del número de sílabas que se pueden constuir:

"imaginemos que combinamos esas letras en forma de sílabas. El conjunto de posibles pares o tríos de letras que podemos generar es ya considerable: si partimos de unas 25 letras tendremos 25 x 25 = 625 posibles pares y 25 x 25 x 25 = 15.625 posibles tríos."

El autor razona con lógica y sabe que algunas de esas combinaciones, pares o tríos, no son viables por problemas, por ejemplo, fonéticos, pero ya se ve que en algo tan sencillo como una sílaba las combinaciones teóricamente posibles son abundantes.

Luego, se detiene a estimar el número de palabras. Aunque sería posible intentar hacer una aproximación de tipo combinatorio, el autor prefiere para este caso un enfoque más práctico y heurístico, a saber, ver cuántas palabras contiene un diccionario de prestigio. Así, nos aporta el dato de que el Oxford English Dictionary define unas 300.000 palabras distintas y el autor entiende que en otras lenguas el resultado sería del mismo orden de magnitud.

Luego, se atreve ya con frases ... y aquí es donde la explosión combinatoria se nos va fuera de toda escala. Así lo razona:

"Podemos obtener una estimación aproximada si suponemos que las frases tienen una longitud media de, digamos, unas seis palabras.Teniendo en cuenta que en la mayoría de lenguajes, sus hablantes emplean unas cinco mil palabras básicas, si las palabras pudieran combinarse entre sí de todas las formas posibles, el número de frases posibles sería del orden de seis elevado a cinco mil, que nos daría unos

1.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000


de frases, más de las que desde luego nunca han sido o serán pronunciadas por todos los seres humanos que han vivido y muerto en nuestro planeta."

Y, para rematar la faena, un breve comentario sobre ya libros completos:

"Las combinaciones posibles han estallado y ni el universo entero es suficiente para almacenar nuestros datos. Y nada puede ya detenernos: ¿Cuántos libros podrían escribirse?"

Las formas de cálculo son estimativas, no responden a una teoría firme aunque sí a aproximaciones razonables y rigurosas, pero ya nos alumbran con claridad el hecho de la enorme complejidad y brillantez de este artefacto que es el lenguaje, de su incomparable potencia construida a partir de poco más de una veintena de componentes básicos como son las letras.

Aparte de entusiasmarnos con la potencia del lenguaje, o de sentirnos abrumados con su complejidad, hay un par de consecuencias adicionales que quizá podríamos extraer.

La primera es que no existe excusa para el plagio. Con tantos millones y millones de posibilidades diferentes incluso para simples frases, no hay justificación posible para copiar la obra de un tercero.

La segunda, es que tampoco existe excusa para la falta de creatividad e innovación. Existen trillones y trillones de novelas aún no escritas, de poemas aún por recitar, de relatos por contar, de formas e historias por explorar.

Los números cantan: la originalidad y la innovación en formas y contenidos son matemáticamente posibles.

domingo, 23 de octubre de 2011

La importancia de escribir bien

En los últimos años parece que ha perdido valor o consideración social el arte de la buena escritura, la escritura correcta gramaticalmente y de cierta riqueza semántica o, al menos, la escritura correcta y efectiva, aquella que expresa adecuadamente lo que se desea transmitir y consigue hacer llegar su mensaje respetando, por otro lado, las convenciones sintácticas y gramaticales.

Parece como si las nuevas tecnologías, los SMS, la mensajería instantánea, los correos electrónicos e incluso, cierto blogs poco cuidado en lo linguístico, fuercen a una comunicación breve y poco respetuosa con la ortografía y la gramática, al uso de abreviaturas, símbolos y jergas que deforman y empobrecen la riqueza del lenguaje.

Algo de ello debe haber, es cierto, y es mejor reconocer el riesgo o, peor aún, la realidad.

Sin embargo, también es cierto que en un mundo donde las conexiones sociales, la publicidad, las relaciones públicas, los intercambios, las percepciones, tienen un enorme protagonismo primando en ocasiones sobre valores más individuales o endogámicos como el trabajo, el esfuerzo o la calidad intrínseca, toda herramienta que contribuya a la comunicación y al enriquecimiento y efectividad de dichas relaciones e intercambios, que aporte algo a la interacción y la comunicación, cobra nuevo protagonismo.

Y eso puede ser una tabla de salvación para algo tan tradicional como la buena escritura que, en el fondo es, fundamentalmente, una herramienta de comunicación, interacción e intercambio.

Y como prueba o al menos síntoma de ello, nos encontramos con la afirmación de Dan Schawbel, un personaje ligado al mundo de la marca personal pero también de Internet, los blogs y los medios sociales, y que en su obra más famosa, 'Yo 2.0', afirma lo siguiente:

"Una de las formas de comunicación más importantes es la escritura. Su redacción de correos electrónicos, blogs, arículos, informes o páginas web. Si su estilo no es claro y comete errores gramaticales y de sintaxis, corre el riesgo de perder crediblidad y respeto y también la oportunidad de transmitir información importante y difundir el mensaje de su marca. Saber escribir bien es vital para una carrera próspera; si no sabe hacerlo de forma inteligible, perderá oportunidades de éxito."

No habla por supuesto Schawbel de escritura en el sentido literario ni artístico del término, no defiende la sofisticación, la riqueza o la innovación expresiva, pero sí reclama y aconseja, al menos, la corrección gramatical y la inteligibilidad como condiciones necesarias para el prestigi y consideración profesionales.

Aunque los amantes de la literatura esperamos y deseamos algo más que la mera corrección gramatical, bueno y esperanzador es, al menos, que se conceda la debida importancia a escribir bien.

domingo, 9 de octubre de 2011

Bases neurocientíficas del poder terapéutico del arte

Hace ya algo más de dos años publiqué en este blog algunos artículos que tenían como elemento común el papel terapéutico de la literatura.

El primero de ellos, 'El bisturí', nacía de una frase de Juan José Millás mientras que otro, titulado explícitamente 'Más terapia literaria', se recreaba en un poema de Carlos Marzal. Y no fueron los únicos artículos que atacaban ese tema. Otros, como los titulados 'Renuncia' o  'Lo sombrío' rozaban la misma problemática.

En todos ellos, el factor común, el hilo conductor, era esa capacidad de sanación, de abrir y cerrar heridas, de cauterizarlas, que posee la literatura.

Ese papel terapéutico de la literatura, que perciben escritor y lector, pudiera tener una base científica y, en concreto, neurológica.

En la fase final del libro 'Y el cerebro creó al hombre', Antonio Damasio explora la forma en que pudo nacer la conciencia en el ser humano y, en su parte final, el autor llega al momento del nacimiento de las artes y su motivación.

Al igual que con otros elementos de la conciencia, Damasio percibe una función homeostática, es decir, de regulación y conservación de la propia vida. Dado que para el científico portugués la conciencia está íntimamente ligada al cuerpo que habita y que le da soporte físico, dado que las emociones tienen su origen y correlato en lo físico, y dado que la recreación de emociones se transmite a esa sensación física, una actividad como son las artes, productoras de placer, podrían tener un efecto beneficioso para la propia vida y, en palabras del propio Damasio "ayudaron a la comunicación y a compensar los desequilibrios emocionales que el miedo, la ira, el deseo y el pesar podían causar".

Damasio resume así ese carácter terapéutico:

"No es que las artes fuesen una compensación completa o adecuada para el sufrimiento humano, para la felicidad inalcanzada, para la inocencia perdida; pero aún así fueron y son una cierta compensación, un contrapeso para las calamidades humanas. Las artes son uno de los extraordinarios dones que la conciencia ha concedido a los seres humanos."

Quizá, el identificar una posible báse científica y neurológica al poder terapéutico de las artes y la literatura pueda parecer que le reste al fenómeno algo de encanto y misterio... aunque cierto es que nada de su poder.

Pero quizá, en cierto sentido, incluso puede resultar tranquilizador. Al fin y al cabo, si Damasio está en lo cierto, esa capacidad terapéutica de las artes y la literatura no es una ilusión, una fantasía, sino una realidad, una afortunada y fascinante realidad.