No es 'Superficiales', el último ensayo de Nicholas Carr, un libro sobre teoría literaria, ni siquiera sobre teoría humana. Sin embargo, en su intención de profundizar sobre el efecto que la dinámica de Internet produce sobre nuestras mentes, son frecuentes, e interesantes, las menciones y reflexiones sobre la litaratura en general y la lectura en particular.
Ya lo anticipábamos en el reciente artículo de este mismo blog '¿Internet contra la lectura?'. Sin embargo, vale la pena retomar el discurso un poco más adelante con nuevas ideas.
Sostiene Nicholas Carr, basándose en estudios sobre Neuroplasticidad, que la actividad intelectual que realizamos moldea nuestra forma de pensar, una influencia que no es sólo conceptual o metafórica, sino que tiene reflejo incluso anatómico en nuestro cerebro. Con esa base, analiza las formas fundamentales que la actividad intelectual ha ido adoptando y, en esa línea, afirma que tras la invención de la imprenta, la actividad intelectual ha estado dominada durante siglos por los libros, por la lectura, y que este hecho supuso un fuerte cambio frente a la tradición de la oralidad anterior...cambio que afectó a los cerebros y, por tanto, las formas de pensar. Así, nos lo dice:
"Ya los primeros lectores silenciosos reconocieron el notable cambio operado en su conciencia cuando se sumergían en las páginas de un libro."
Y profundiza más en la idea:
"Leer un libro sería un acto de meditación, pero no suponía un aclarado de la mente. Los lectores desatendían el flujo externo de estímulos para comprometerse más profundamente con el flujo interior de palabras, ideas y emociones.Ésta fue y sigue siendo la esencia del proceso mental único que implica la lectura profunda. Fue la tecnología del libro la que obró esa 'extraña anomalía' en nuestra historia psicológica. El cerebro del lector de libros era más que un cerebro para leer y escribir. Era un cerebro literario."
Asombra y estimula la definición: un cerebro literario.
Carr entiende que una parte importante del placer que se deriva de la lectura proviene de esa concentración profunda que se produce en la reposada lectura tradicional. Además, y en línea con los comentarios que a propósito de la neurociencia y su relación con la literatura vertíamos en el artículo titulado '¿Neuroliteratura?', y quizá por obra de las famosas neuronas espejo que ya mencionábamos en dicho artículo, los lectores se identifican con las tramas que leen y asumen en cierta medida como experiencias propias aquellas que encuentran en sus lecturas. Así nos lo cuenta Nicholas Carr:
"los lectores simulan mentalmente cada nueva situación que se encuentran en una narración. Los detalles de las acciones y sensaciones registrados en el texto se integran en el conocimiento personal de las experiencias pasadas."
Y si los lectores reproducen de alguna forma en sus mentes lo que leen, y si la actividad mental moldea nuestros cerebros, entonces está claro que la lectura no es una actividad pasiva, sino muy, muy activa:
"La lectura profunda ... no es un ejercicio pasivo. El lector se hace libro."
Hermosa y significativa forma de explicar lo que la lectura profunda supone: "el lector se hace libro".
Y, entonces ¿en qué nos convertimos si no leemos?
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