Ayer fui al cine a ver la última entrega de la saga Terminator', la que han denominado '
Terminator Salvation'. En esta ocasión, la acción se sitúa, no en un presente anterior al 'dia del juicio final', como sucedía en las entregas anteriores, sino que ahora nos desplazamos a ese futuro mítico en que las máquinas, dominadas por Skynet, intentan acabar con la raza humana.
La acción es trepidante y los efectos especiales espectaculares...pero, yo he sentido que le faltaba algo, que la película había perdido parte de ese carácter épico que había alcanzado con las entregas anteriores, especialmente con 'Terminator 2: el juicio final'. Quizá era que los terminator parecían más impresonantes en una ciudad actual, quizá Skynet más temible cuando no conocíamos sus pasillos, quizá el poder de las máquinas más sobrecogedor cuando no veíamos destruir una detrás de otra, quizá John Connor más heróico cuando no conocíamos su rostro.
Y se me vinieron a la mente, las sensaciones experimentadas al ver la primera trilogía (la segunda en el tiempo) de la saga
Star wars, especialmente en la última película 'La venganza de los sith'. En aquella ocasión, disfruté mucho de las películas (ya era un fan incondicional) pero, en el fondo, también sentí que una parte de la épica se había perdido, que la Fuerza era más misteriosa, más mística, cuando no sabíamos nada de los
Midiclorianos, que las guerras clon eran más heróicas cuando eran unas vagas referencias a un pasado glorioso y no habíamos visto fabricar al ejercito clon, que Vader era más oscuro y más temible cuando no conocíamos su rostro juvenil.
En ese remontarse al futuro en el caso de Terminator, y al pasado en el caso de Star Wars algo habíamos perdido.
Y creo que en ambos casos habíamos perdido esa sensación de lo remoto que es condición necesaria para la épica. En el caso de Terminator, la guerra con las máquinas era un futuro terrible y mítico. En el caso de Star Wars, la caída de la República y los Jedi y con ello el ascenso del Imperio y Vader. En ambos casos eran épocas remotas y míticas que daban razón de ser a la historia, le conferían fuerza y herocidad. Y al acercarnos al esos tiempos remotos, al traerlos al presente, al poderlos contemplar en todos sus detalles dejaron de ser remotos, dejaron de ser míticos para convertirse en el objeto mismo de la acción, en lo actual, en lo conocido.
La épica, la mítica, necesitan ser más ambiguas, más lejanas, más fragmentarias. Nuestras imaginación llena las lagunas y engrandece los hechos y a los héroes que los protagonizan. Y esa es la regla que se saltaron las secuelas de que hablamos y el origen de esa sensación cierto vacío, de faltar algo.
¿ Y qué tiene que ver todo esto con la literatura ? Pues tiene que ver que la épica es también territorio natural de la literatura, antes y quizá de manera superior al cine. Tiene que ver que mis conclusiones serían, posiblemente, similares, en el caso de estar hablando de narraciones épicas en libros en lugar de en películas y, sobre todo, tiene que ver con el hecho de que la palabra, el medio de expresión de la literatura es, creo, un vehículo excelente para crear esa narraciones épicas. Y eso porque la palabra siempre puede manejarse de forma ambigua, mucho más que la imagen, puede más fácilmente abrir esas lagunas que la imaginación debe llenar, puede de forma sencilla hacernos ver fragmentos, sólo fragmentos, de los hechos míticos, puede dejarnos suponer, creer, imaginar, engrandecer las historias y a sus héroes.
En el fondo, sea cual sea el medio de comunicación, la imagen o la palabra, las conclusiones serían similares: conviene dotar a la épica y a lo mitológico, de ese carácter remoto y fragmentario si no queremos desposeerla de su propia esencia.