|
Camilo José Cela caminante |
Hace unos días finalicé la lectura de 'Viaje a la Alcarria' de
Camilo José Cela, una obra que me trae vagos recuerdos de lectura infantil, de retazos de literatura que, a modo de ejercicio y cebo cultural, nos ofrecían los libros de lectura de la educación básica.
Familiar me resultaba, debido a la bebida en esa fuente educativa, y a pesar de no haber nunca completado la lectura de esta obra, la repetida pregunta 'al viajero' acerca de su eventual destino a Zaragoza. Se trata esta lectura de una deuda que con ese pasado mantenía, uno de aquellos libros cuya lectura repetidamente uno se promete pero que, sin un motivo concreto, también repetidamente se posterga.
Tampoco falto a mi cita veraniega de los últimos años con
Pío Baroja y, en esta ocasión, me encuentro finalizando su 'Zalacaín el aventurero', una nueva muestra de la prosa ágil y rica en tipos literarios del autor vasco.
Y no finalizará aquí, Dios mediante, mi recorrido por algunos de esos clásicos españoles puesto que tengo en mi zurrón de lectura veraniega a
Miguel Delibes con su 'La sombra del ciprés es alargada',
Me resulta especialmente atractiva la lectura de autores españoles de ese pasado en cierto modo cercano, en cierto modo remoto. Singularmente me atre el periodo de posguerra, los años cuarenta y cincuenta aunque sin despreciar el principio del siglo XX o final del XIX.
Encuentro en esos autores y lecturas algo así como un recuerdo ancestral de nuestro pasado cercano, una herencia que conecta, bien que algo '
in extremis', con borrosos recuerdos de la España de mi infancia, aún heredera de ese pasado del cual, poco a poco, empezaba a distanciarse pero que aún era plenamente reconocible.
La España que estos autores nos reflejan es un España pobre, rural, atrasada, ignorante y con una cierta amargura y tristeza soterradas aunque asumidas con frecuencia por los personajes con una serena resignación, a veces con humor e ironía, y en otras con una profunda sabiduría, no de aquella que se aprende en las escuelas, sino la que la vida esforzada y la tradición proporcionan.
Se trata, cierto es, de una época dura y gris, pero en esa grisura aparcen brillantes perlas literarias y unos personajes y ambientes produnda y trágicamente interesantes.
No sé si se trata de una receta para todos los paladares pero para mi particular apetito literario, ese sabor antiguo, constituye uno de los mayores manjares.