Hace tres meses publicaba en este blog una reflexión titulada 'Pensar y escribir' en que, inspirado por un texto de Murakami en su 'De qué hablo cuando hablo de correr' recogía mi propia necesidad de escribir para pensar, algo que el autor japonés también decía sentir.
Y concluía que, en mi opinión, esa conexión entre escritura y pensamiento estaba relacionada con la necesidad de volcar en un soporte externo, mediante la escritura, nuestras ideas para, de esa forma, liberar recursos cognitivos que dedicar a seguir generando ideas y elaborar las anteriores.
En una fuente no literaria, sino en un tratado de productividad personal, el famoso 'Organízate con eficacia' de David Allen, encuentro una similar explicación:
"Muy pocas personas son capaces de centrar la atención en un tema durante más de un par de minutos sin la ayuda de alguna estructura objetiva o alguna herramienta o incentivo. Piense en un proyecto que tenga en marcha en estos momentos y trate de centrarse sólo en él durante más de sesenta segundos. Es una tarea bastante dífícil a menos que tenga bolígrafo y papel y utilice estos 'artefactos cognitivos' para retener sus ideas. Si dispone de ellos podrá pensar en lo mismo durante horas. Esto explica por qué las mejores ideas pueden surgir mientras se está ante el ordenador, elaborando un documento sobre el proyecto, o trazando un mapa mental en una libreta o en una servilleta de papel en un restaurante..."
Parece, pues, algo así como una ley general, aplicable también al campo de la literatura y la ficción. Difícilmente podremos retener una historia en nuestra cabeza, o perfilar en detalle unos personajes, si no trasladamos a papel lo que bulle en nuestros cerebros.
Probablemente esa sea la explicación cognitiva a la frase de Picasso "que la inspiración te encuentre trabajando"... o, al menos, digo yo, con una servilleta de papel cerca...
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