domingo, 28 de noviembre de 2010

La lectura y el diálogo interior

Hace unos días asistí a un curso sobre coaching, un método para el desarrollo de personas en la que uno de las partes, el 'coach', intenta hacer reflexionar y motivar al receptor de la acción de desarrollo, el así denominado 'coachee'.

A propósito del diálogo que se establece entre 'coach' y 'coachee', se hizo énfasis en lo que se denomina la escucha activa, es decir, la capacidad de escuchar con atención y, sobre todo, entender el mensaje desde el punto de vista del que habla, un concepto que, por supuesto, es válido no sólo en el contexto del coaching sino para toda la comunicación humana de naturaleza tanto personal como profesional.

A propósito de esta escucha activa se nos decía que en la escucha existen tres niveles:
  • Nivel 1 - superficial: la atención se encuentra en uno mismo.
  • Nivel 2 - atento: la atención está dirigida hacia nuestro interlocutor y lo que él/ella nos dice.
  • Nivel 3 - profundo: se está atento a lo que el interlocutor dice e, incluso, a lo que no dice.
Y se mencionaba como un gran enemigo de la escucha activa lo que denominaban el diálogo interior.

La expresión 'diálogo interior' en el contexto de un blog como éste dedicado a la literatura y humanidades, puede parecer que tiene connotaciones positivas. Parece hablarnos de introspección, pensamiento, reflexión...

Sin embargo, en este caso no se trataba de eso... y se presentaba como algo negativo.

En el contexto de la escucha, el diálogo interior se refiere a esos propios pensamientos y preocupaciones o esas propias opiniones sobre lo que estamos escuchando, esas voces que nos hablan, nos distraen y nos impiden concentrarnos en lo que se supone estamos escuchando en ese momento. Y esa distracción impide profundizar en el mensaje o, incluso, hasta la mera recepción del mismo siendo, pues, un importante obstáculo en la comunicación.

Y se me ocurrió trasladar esta idea a la comunicación no oral, sino al campo de la literatura y, en concreto, de la lectura.

He sentido con alguna frecuencia esos diálogos interiores durante el transcurso de lecturas de naturaleza literaria y extraliteraria. Sin embargo, creo que esos diálogos interiores son de diferentes naturaleza en lo que a lectura se refiere.

Por desgracia existe ese diálogo interior que, en el fondo, no es más que distracción. Ese pensar en otros asuntos, en otras preocupaciones, que impiden realmente profundizar en la lectura, inundarse de la historia y, en suma, disfrutar plenamente de la experiencia lectora. Estos diálogos interiores, al menos en mi vivencia, suelen ir asociados a estrés y preocupaciones o, en algún caso, pueden denotar falta de verdadero interés en lo que se está leyendo.

Sin embargo, también identifico diálogos interiores muy positivos y gratificantes. Diálogos que en realidad son reflexiones sobre lo leído, apertura a nuevas ideas o nuevos mundos sugeridos por el texto, conexiones con otras ideas y experiencias. Esos diálogos que aunque supongan pausas en la lectura, interrupciones del ritmo lector, no dejan de ser formas de un disfrute y aprovechamiento profundos de la obra literaria.

Probablemente, estos diálogos interiores positivos pudieran ser, en realidad, la manifestación del nivel 3 de la comunicación, el nivel profundo, y la diferencia con el lenguaje hablado sería que la lectura, por su propia naturaleza, por el control que el lector tiene sobre el tiempo que le dedica y cómo lo distribuye, permite esos diálogos interiores, esa suerte de excursos reflexivos del lector, sin que esto suponga un obstáculo para la comunicación sino, muy al contrario, un enriquecimiento de la misma.

domingo, 21 de noviembre de 2010

El arte y el complejo de Peter Pan

Entrelazada entre sus memorias, entre los recuerdos sobre su padre pintor, y su propia experiencia como escritor, Marcos Giralt Torrente, en su libro 'Tiempo de vida', desliza esta observación:

"esta irresponsable prolongación de la infancia en que consisten los oficios artísticos"

Quizá haya un toque irónico en la afirmación, o quizá una creencia real en esa continuidad con la infancia que supone el arte y, en especial, la literatura.

Con frecuencia nos representamos el arte como todo lo contrario, como una expresión superior de nuestra humanidad, como una de nuestras máximas realizaciones y logros como especie.

Es posible, sin embargo, y aunque tampoco niegue lo anterior, que el arte suponga un cierto carácter soñador, una tendencia a escapar de la realidad inmediata para recrearse o refugiarse en otros mundos.

Y puede que esto, junto con la dinámica diaría en que se ven envueltos los artistas, una dinámica algo distanciada y algo más desordenada que la de la mayor parte de los adultos profesionales, lo que confiera esa sospecha, seguramente injusta, de irresponsabilidad, y esa sensación de prolongación de la infancia, esa especie de complejo de Peter Pan, quizá no tan injusto, con que el escritor madrileño, parece ver teñido el oficio de artista.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Las artes y los vasos comunicantes

Marcos Giralt Torrente, en su libro 'Tiempo de vida' nos ofrece, aparte de un descarnado recorrido por la conflictiva relación con su padre, alguna interesante reflexión, algún apunte o insinuación de temas sobre los que interesa pensar.

Así, por ejemplo, al recordar la relación entre él, escritor, y su padre, pintor, Marcos compara también, de alguna manera, las vocaciones pictórica y la literaria. Apunta a que, quizá, si no hubiese sido por ese conflicto con el padre, la inclinación artística natural del propio Marcos Giralt Torrente podría haber sido la pintura, más que la literatura.

Y esto me lleva a preguntarme hasta qué punto existe un nexo común, una raíz compartida, entre las diferentes artes o vocaciones artísticas: literatura, pintura, escultura o, incluso, cine.

Desde luego, los medios y las técnicas se encuentran alejados y, por ello, son superficialmente distantes. Sin embargo, puede que lata en todas ellas un sustrato común que entronque tanto con la necesidad de comunicar, de transmitir ideas y emociones, como con la de intentar comprenderse a uno mismo y al mundo, y ante la imposibilidad de enfrentar este análisis mediante técnicas científicas o racionales, el recurso a mecanismos más intuitivos, más evanescentes e, incluso, más emocionales, como son los que ofrecen las diferentes artes.

En ese sentido, la vocación artística podría ser común y lo que cambiaría, el arte concreta elegida, podría tener que ver con el contexto, el aprendizaje, el dominio de una técnica o una preferencia de naturaleza relativamente superficial, más que con las motivaciones profundas.

Eso explicaría, además, el caso de los artistas que han desarrollado diferentes manifestaciones, pintura y escultura, por ejemplo.

Puede, por tanto, y lo apunto como una simple hipótesis, que las diferentes artes se interconecten entre sí, que sean una suerte de vasos comunicantes con conductos emocionales que unen la necesidad de expresión y el análisis de la realidad.

domingo, 7 de noviembre de 2010

La oportunidad de lo autobiográfico

En su libro 'Tiempo de vida', un libro muy íntimo, con mucho de autobiografía y casi, casi de confesión, el autor Marcos Giralt Torrente, recuerda un consejo recibido al inicio de su carrera como escritor, un consejo que en principio siguió:

"Había leído, o alguien me había advertido, un escritor, quizá mi propio abuelo materno, que no es recomendable en las primeras obras retratarse mediante la escritura, que obtura la imaginación y crea vicios difíciles de reparar".

Creo que es una tentación habitual, especialmente en autores noveles, el recurso a la autobiografía, a la propia experiencia. Tal vez se trate de expresar lo que se lleva dentro, o tal vez falta de imaginación para idear nuevos mundos e historias.

No tengo un juicio claro acerca de si esa tentación es un defecto o no. Sí que pienso que para expresar lo más íntimo, lo más profundo, lo más de uno mismo, para lo que, de alguna manera, debería ser la obra cumbre del escritor, quizá resultase conveniente una mayor madurez y experiencia, madurez que no parece pueda alcanzarse en una ópera prima. Este argumento podría desaconsejar recurrir a lo autobiográfico en una primer libro.

El consejo que dan a Giralt Torrente, por su parte, parece tener que ver más bien con evitar vicios y con no atrofiar la imaginación.

Sea como fuere, y aunque no los considero juicios firmes, ni argumentos del todo sólidos, ambas visiones parecen desaconsejar, por inoportuno, el uso de material de la propia experiencia en las primeras obras de ficción a la espera de mejores momentos.

¿Se tratará esto de un criterio generalizable para todo escritor?

lunes, 1 de noviembre de 2010

¿Neuroliteratura?

¿ Por qué nos gusta leer? ¿ Qué placer encontramos en la inmersión en historias ajenas, vidas imaginadas, mundos posibles?

Parte del placer puede ser meramente técnico o estético. Apreciamos la precisión de las frases, la amplitud del vocabulario de un escritor, o sentimos que nos transmite algo bello y, por tanto, valioso.

Quizá pudiéramos pensar que el interés de la lectura es, precisamente, el vivir de manera inocua otras vidas y sentimientos, el hundirnos sin peligro físico ni emocional en hechos interesantes, en historias increíbles, conocer otras tierras y otros personajes, otras vidas, otros mundos.

Suena interesante, romántico, emocionante y, probablemente, nos hace sentir a gusto con nuestro amor por la lectura.

Sin embargo, la explicación pudiera ser otra o, más bien, una alternativa menos romántica a ese interés por otros mundos.

Me encuentro inmerso en la lectura de un libro sobre neuromarketing. Si, así como suena: neuromarketing. Se trata del libro titulado 'buyology' y su autor, Martin Lindstrom es una autoridad en la materia, o al menos alguien reconocido en lo que a conferencias y libros sobre la misma se refiere.

Sin entrar en grandes honduras, el neuromarketing aplica técnicas propias de las neurociencias al estudio de los comportamientos de compra, el reconocimiento de marca y otras preocupaciones propias del campo de la mercadotecnia. El autor expone en su libro el uso de técnicas como la resonancia magnética funcional o la tipografía de estado estable (SST) como herramientas de análisis. Con base en las áreas del cerebro excitadas ante ciertos estímulos, los estudios que se detallan son capaces de explicar nuestros comportamientos de compra o por qué preferimos unas marcas a las otras.

A lo largo de su disertación, Lindstrom explica el concepto y consecuencia de la existencia de las denominadas neuronas espejo. Este tipo de neuronas que, al parecer, se sitúan en la zona frontal inferior y en el lóbulo parietal, y que se han identificado en aves, primates y humanos, llevan a la imitación de comportamientos de otros seres, especialmente congéneres, y parecen ser responsables de, por ejemplo, los sentimientos de empatía pero, también, de comportamientos mucho más prosáicos como el imitar movimientos o acciones de otro ser. Así, si se saca la lengua delante de un primate, éste, por acción de las neuronas espejo, tenderá a sacar también la lengua. En el campo del marketing, la intervención de las neuronas espejo puede hacer que compremos los productos que observamos a nuestro alrededor, más que otros productos diferentes.

¿Y qué tiene que ver la literatura con todo esto?

Pues la primera chispa la aporta el propio Martin Lindstrom en el libro mencionado cuando, en medio de su disertación sobre las neuronas espejo, afirma:

"Según los resultados de un estudio de resonancia magnética funcional, cuando leemos un libro, esas células especializadas responden como si en realidad hiciéramos lo mismo que el personaje del libro.

En pocas palabras, repetimos-en la mente- todo lo que observamos (o leemos)
"

Si esto es así, el vivir otras vidas a través de la lectura sería algo más que una metáfora. Tendría una base neurológica y una explicación científica.

¿Nos parece que un profesional del marketing, o del neuromarketing, poco tiene que opinar sobre el placer de la lectura?

Casualmente, hace poco he finalizado la lectura de la novela 'La elegancia del erizo' de Muriel Barbery, profesora de filosofía y escritora, y nadie especialmente afecto, por tanto, a las neurociencias o al marketing.

En esa novela, Paloma, la inteligente y reflexiva niña protagonista, anota en su 'diario sobre el movimiento del mundo', la siguiente reflexión:

"Pero sobre todo se me vino a la mente otra idea, por lo de las 'neuronas espejo'. Una idea perturbadora, de hecho, y vagamente proustiana (lo cual me pone nerviosa). ¿ Y si la literatura no fuera sino una televisión que uno mira para activar sus neuronas espejo y para proporcionarse a bajo coste los escalofríos de la acción? ¿Y si, peor aún, la litaratura fuese una televisión que nos muestra todo aquello en lo que fracasamos?".

La misma idea, vista ahora desde la propia literatura y expresada por un personaje de ficción.

¿Pueden las neuronas espejo explicar nuestros gustos de lectura, o el hecho en sí de que la lectura sea un placer? ¿Existe una base científica y neurológica para el amor por la literatura? Y, si existiese, ¿resta algo de valor a la literatura, al arte y a la emoción literarias?

¿Estamos asistiendo al nacimiento de una neuroliteratura?