sábado, 26 de septiembre de 2009

Mil libros por leer

Este verano se me ocurrió preguntarme cuántos libros es posible que lea en lo que me que me pueda quedar de existencia, cuánta lectura me puede restar por disfrutar.

Me centré en la lectura de ficción, en la literatura por excelencia, apartando ensayos y lecturas profesionales, y me hice unas rápidas hipótesis. Lo que ese análisis fugaz me indica es que, suponiendo un ritmo de lectura similar al que he mantenido en los cinco últimos años, y con una estimación de esperanza de vida algo conservadora, el número de libros que me queda por leer se recoge en una cifra muy redonda: mil, mil libros.

Hace unos minutos he hecho un recuento rápido y aproximado de los libros de ficción leídos hasta la fecha. Y la cifra es también bastante redonda: aproximadamente quinientos.

Comparando ambas cifras, puedo pensar que me queda muchísimo por leer y descubrir, que apenas he leído una tercera parte de mis lecturas potenciales. Y esto no deja de ser una perspectiva agradable.

Sin embargo, cuando pienso en lo que son mil libros, comparados con toda la riqueza de la literatura universal; cuando pienso en cuántos autores aún no he leído, cuántas obras maestras no han pasado aún por mis manos; cuando imagino cuantos nuevos escritores y cuántas nuevas joyas literarias pueden sumarse a esta larga lista de libros que sería interesante leer ... debo forzosamente concluir que mil libros son muy pocos, que apenas me dará tiempo a disfrutar de un mínimo conjunto de lo que las letras nos ofrecen, que siempre será mucho más lo pendiente que lo leído.

Y esto constituye un acicate para ser selectivo en el proceso de decidir libros y lecturas, en escoger escritores y obras. Y también un aldabonazo, una llamada a prestar atención y dar valor a cada lectura que efectúe por lo que de escaso y precioso tiene ese acto de leer.

Probablemente, dentro de un rato continúe con la novela que tengo entre manos. Y le prestaré atención, mucha atención, porque cuando acabe con ella, sólo me quedarán, aproximadamente, novecientos noventa y nueve libros por leer.

domingo, 20 de septiembre de 2009

El placer y el riesgo de descubrir

El placer fundamental que nos proporciona la literatura, en tanto que lectores, es la lectura en sí, el sumergimieniento en mundos, ideas y formas. Sin embargo, existen muchos otros placeres colaterales, anejos a ese placer principal.

Uno de ellos es el de la búsqueda, la selección de las nuevas lecturas. Y una parte particularmente interesante y placentera de esa búsqueda, es el descubrimiento de nuevos autores, la experimentación, el riesgo de dedicar tiempo a un escritor del que sabemos poco o nada y que, sin embargo, en un momento dado nos atrae, nos invita, nos tienta.

En mi selección de lecturas paso épocas de conservadurismo en que sólo acudo a autores consagrados o conocidos, autores a los que ya he leído o que me han sido fuertemente recomendados por fuentes dignas de confianza. Pero junto a éstas, aparecen épocas de experimentación, de seleccionar a escritores de los que no he oído hablar, libros que no conozco hasta que los veo en un escaparate, en un estante. Una lectura a la contraportada o a la solapa, un título atrayente, puede que hasta el mismo aspecto del libro...elementos superficiales, secundarios, unidos a una cierta intuición, quizá a una experiencia de lector ya avezado me guían, o quizá sólo me empujan a una probatura, a un experimento, a un descubrimiento.

Hay un riesgo inherente, una posibilidad de decepciones, de pérdidas de tiempo, pero hay también un placer profundo en ese descubrimiento, en ese rescate de autores perdidos o reconocimiento de escritores nuevos.

Que nunca desaparezca esa curiosidad.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Cuestión de detalle

Hace unas semanas, mientras leía la novela Anna Karenina, me dió por fijarme en un aspecto muy concreto, en un detalle ¿ sin importancia ? de la misma: perdida entre las tantas y tantas peripecias y acciones como aparecen en la novela, se nos habla de una partida de caza. Y en esa partida de caza, a uno de los asistentes se le dispara accidentalmente el arma... afortunadamente sin consecuecias. Tolstoi dedica al incidente del arma un párrafo, digamos que unas cinco o seis líneas.

Ayer mismo, mientras leía 'En el café de la juventud perdida' de Patrick Modiano, me fije en un momento en que dos de los dos protagonistas, Louki y Roland, están paseando y no recuerdo muy bien de qué forma, pero aparece un perro en escena. Sólo se dedica a la mención del perro una línea o dos y no tiene ninguna influencia (creo) en la historia.

Y se me ocurre preguntarme qué sentido tienen esos detalles. ¿ Por qué el escritor nos menciona aspectos aparentemente sin importancia ? ¿ Es un recurso para recrear un ambiente ? ¿ Es una forma de hacer creíbles las historias, de darles un tono realista ? ¿ Son experiencias del propio autor que, por el motivo que sea, desea plasmar en el papel ? ¿ Es simplemente que el narrador se deja llevar y escribe lo que se le ocurre ? ¿ O es que hay significados ocultos y esos detalles, en apariencia triviales, no lo son tanto ?

La verdad es que no lo sé pero creo que posiblemente haya explicaciones diversas para detalles diversos, detalles intencionados y no intencionados, detalles relevantes e irrelevantes, con función y sin función en la historia.

Es difícil saberlo sin entrar en detalles...